El libro de Job
atiende al misterio del sufrimiento del inocente. Su lectura
detenida nos arrojará luz especialmente en aquellos casos de enfermedad más
dramáticos e inexplicables para el hombre.
Dios permitió
que el maligno hiriera a Job y después de que aquél aniquilara sus ganados,
matara a sus 7 hijos y 3 hijas y quemara su casa, afirmó: “Desnudo salí del
vientre de mi madre, desnudo allá retornaré. Yahvéh dio, Yahvéh quitó:
¡Sea bendito el nombre de Yahvéh! (Jb. 1,21).
¿Cómo es
posible aceptar la voluntad de Dios? ¿Cómo pensar que Dios nos quiere y permite
lo mejor para nuestra vida cuando esto se traduce en terribles dolores o
sufrimientos?
Porque no nos
escandalicemos. Satanás atacó a Job pero para éste es Yahvéh el “responsable”
último de todo acontecimiento, el que se encuentra detrás incluso de la
enfermedad y del sufrimiento; pero para Job no solo “es el que hiere”
sino también “el que venda la herida” (Jb. 5 ,18).
Cuando, a
continuación, Satán hirió el cuerpo de Job con una llaga maligna, hasta su
propia mujer le invitó a renegar de Dios a maldecir: ¡Maldice a Dios y
muérete! Cuántos enfermos son también instigados a maldecir, a
revelarse contra un Dios que permite semejantes sufrimientos en el mundo.
Como dirá Nietzsche, si Dios no puede evitar el dolor, la
enfermedad y el sufrimiento, ese Dios no es poderoso y, por tanto, no es Dios;
y, si pudiendo hacerlo, no interviene, entonces es que ese Dios es una especie
de monstruo y no tiene sentido invocarle. Por tanto, Dios no existe.
Pero no es
cierto ese razonar y por eso Job reprende a su mujer: “has hablado como mujer
necia”. Y ciertamente fue así, porque todo aquel que ante el dolor o la
enfermedad invita a otro a maldecir a Dios es porque ha partido de una premisa
falsa como es que el dolor y el sufrimiento son una desgracia carente de
sentido.¿No fue Dios el que aprovechó la cruz para redimir al hombre? Mucho
más nos benefició el sufrimiento de Cristo que cualquiera de los milagros que
realizó en su vida.
Jesús
“divinizó” el dolor precisamente en la Cruz. Por ello dirá San Juan María
Vianney que “debemos ir tan afanosos en busca de dolores, como el avaro tras el
dinero”.
Job vio con sus
ojos a Dios precisamente en el sufrimiento. Antes solo lo conocía de oídas.
No obstante,
que ningún enfermo se escandalice porque en la desesperación provocada por el
dolor o la enfermedad haya deseado hasta su propia muerte.
El enfermo Job
también tuvo tal experiencia hasta el punto de desear haber muerto en el seno
de su madre o gritar que estaba hastiado de su vida. Pero Job nos invita a no
perder jamás la confianza en Dios: “porque yo sé que mi redentor vive…y desde
mi carne veré a Dios”.
El dolor, la
enfermedad, es el tesoro misterioso que nos regala el Señor, ¡para divinizarnos
y entrar gloriosos en el cielo
¡Santa
enseñanza de Job!, que nos instruye y anima a vivir con esperanza nuestro
dolor.
Raúl Gavín | Iglesia en Aragón /
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