LA ENFERMEDAD,
COMO ACONTECIMIENTO DE CRUZ
Como hemos
descrito hasta este momento, apoyados en personajes y espacios bíblicos, la
enfermedad para el cristiano no es una maldición sino una ocasión de conversión,
una llamada de Dios a la escucha de su voz, una ayuda para nuestra purificación
y una preparación para recibir dones mayores.
Pero, siendo
esto así, ciertamente la enfermedad es también acontecimiento de cruz, que
aunque gloriosa después, primeramente supone terrible instrumento de
tormento.
Sin embargo,
reconocer la cruz en la enfermedad nos ha de conducir a poner los ojos fijos en
Cristo crucificado a semejanza de aquella serpiente de bronce levantada en
medio del desierto. “Cuando una serpiente mordía a alguien, éste miraba a la
serpiente de bronce y salvaba la vida” (Núm. 21, 4-9). Así pues, frente a la
enfermedad, Dios levanta a nuestro lado en la cruz, a su hijo
Jesucristo para que giremos nuestro rostro y nuestros ojos queden fijos en los
suyos para así no morir, no desesperar, salvar la vida.
Y no sólo eso.
Además de Jesucristo, al lado de la cruz, siempre tendremos la compañía de
María, madre de Jesús y madre nuestra. “Junto a la cruz de Jesús estaban su
madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.” (Jn. 19, 25). Cuando
llegue nuestra hora, ya sea de la muerte o de la enfermedad, podemos
mirar no solo a Cristo en la cruz sino también a María a sus pies; y a
semejanza de nuestra Madre, en la hora de la oscuridad, no ceder a la tentación
del odio, la desesperación o la duda.
De la misma
manera que la columna de nube durante el día y la de fuego durante la noche,
acompañaba al pueblo de Israel por el desierto mostrándoles el camino;
asimismo la Virgen nos precede en el momento del combate y de la prueba
y nos muestra el camino, la verdad y la vida que es Cristo.
Por otra parte,
aceptar la enfermedad, cargar con el sufrimiento sobre nosotros, nos convierte
en auténticos cristianos, nos otorga dignidad, como expresa el mismo Jesucristo:
“El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí” Para
ello, previamente, es precisa una condición que nos presenta también el Señor:
la negación de uno mismo. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a
sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt. 16-24).
Bajo este
último prisma, la enfermedad constituye una oportunidad para cumplir
las condiciones necesarias para ser discípulo del Maestro. Negarse uno
mismo es lo que mostró el Señor en la cruz, como expresa maravillosamente San
Pablo en el Himno a la Kenosis (Flp. 2, 1-11) “…el cual siendo Dios no retuvo
ávidamente su dignidad sino que se hizo hombre….y…se humilló a sí mismo tomando
condición de esclavo, obedeciendo hasta la muerte…”. Negarse es lo que hizo
Cristo que ante la cruz no abrió la boca, como cordero llevado al matadero (Is.
53,7).
La cruz de la
enfermedad, en fin, es anticipo de victoria. Como rezamos en la famosa plegaria
“stabat mater”, que Dios nos conceda que su Madre nos guíe a la palma de la
victoria. Y cuando nuestro cuerpo muera, que a nuestra alma se le conceda el
Paraíso y la gloria.
Raúl Gavín | Iglesia en Aragón /
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