El domingo de la Santísima Trinidad la Iglesia celebra la
jornada de oración conocida por la expresión latina «pro orantibus»,
es decir, por las personas que dedican su vida enteramente a la oración
por la Iglesia y por la humanidad en los conventos de clausura. Son hombres
y mujeres que viven la regla de grandes santos y santas que fundaron
comunidades donde el silencio, la oración y el trabajo son los medios
para alcanzar la unión con Dios a la que aspiran. Nos son familiares algunos
nombres de estos fundadores, cuyos monasterios se han convertido en
oasis de luz y de paz y en centros creadores de cultura y de fraternidad,
ya que acogen dentro de sus muros a quienes buscan tiempos de silencio
y de oración. San Jerónimo, san Benito, san Bernardo, santa Clara,
santo Domingo de Guzmán, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz,
por citar sólo algunos. En Segovia tenemos la suerte de contar con el
monasterio de monjes jerónimos de El Parral, el único que existe de
esta orden en todo el mundo, y 14 monasterios femeninos. Es un enorme
tesoro para la diócesis y para la toda la Iglesia.
A veces tenemos una idea muy equivocada de la vida de estas personas.
Se les consideran personas raras, que huyen de la vida ordinaria en
el mundo para refugiarse en la soledad porque son incapaces de enfrentarse
a los problemas de la sociedad. Otros piensan que, al dedicarse a Dios,
se olvidan del mundo y no contribuyen a su progreso, como hacen los
consagrados de vida activa. Para la mayoría, su vida es desconocida
y se quedan sólo en anécdotas que conocen por los medios de comunicación
o por visitas esporádicas al monasterio. Cuando se les conoce de
cerca y se les trata en profundidad, es frecuente escuchar expresiones
como estas: «Anda, si son personas normales», «saben lo que pasa en la sociedad»,
«se interesan por los problemas de la gente».
San Benito,
por ejemplo, revolucionó Europa con su regla monástica, que hizo de
los monasterios auténticas comunidades cristianas rebosantes de
humanidad y de fe convertida en la cultura que ha dado identidad a Europa.
No entendemos nada de nuestra cultura sin la aportación de estas corrientes
de vida espiritual que, en los orígenes del cristianismo, nacieron
para dar testimonio de la primacía de Dios en el mundo. El lema de esta
jornada está tomado de los escritos de santa Teresa de Jesús, cuyo
año jubilar celebramos, y dice así: «Sólo quiero que le miréis a él». La
finalidad de la vida contemplativa es mirar y contemplar el rostro
de Cristo que nos revela a su Padre. Nos recuerda que Cristo es la meta
de la historia y que caminamos hacia él. El Papa Francisco ha dedicado
un documento clave sobre este camino de fe, que ha titulado «Buscar
el rostro de Dios». ¿Hay algo más urgente en nuestro tiempo que esto? ¿Puede
el hombre subsistir sin mirar hacia su origen y meta? La filosofía de
la muerte de Dios no ha puesto al hombre en su lugar, sino que lo ha convertido
en un huérfano que ha perdido el rastro de sus orígenes. Los contemplativos
en la Iglesia nos recuerdan lo que decía san Pablo a los atenienses: «en
Dios vivimos, nos movemos y existimos».
Debo añadir
que contemplar a Dios no significa olvidarse de los hombres. Quien dedica
su vida a Dios, sabe que la entrega simultáneamente a los hombres en
una intensa y ardiente plegaria por sus necesidades. Y no sólo porque
Dios sea el Creador del hombre, sino porque ha tomado, en Cristo, nuestra
carne haciendo suyas nuestras pobrezas y necesidades. Sólo por esto,
merece recordar al menos una vez al año a quienes hacen de su vida una
permanente intercesión por nosotros. Sólo Dios sabe lo mucho que recibimos
de su vida escondida en Cristo.
+ César Franco
Obispo de Segovia
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