LA ENFERMEDAD,
COMO ACONTECIMIENTO DE DESIERTO
El desierto es
una de las palabras más ricas y profundas de las que se recogen en la
escritura. Es lugar para la prueba pero también para la manifestación poderosa
de Dios. “Recordarás todo el camino que Yahvé, tu Dios, te ha hecho andar estos
cuarenta años por el desierto a fin de humillarte, probarte y saber lo que
encierra tu corazón…” (Dt 8,2).
“Lo que
encierra tu corazón”…El desierto de la enfermedad es ocasión propicia para
conocer nuestro interior, el edificio sobre el que hemos construido nuestra
vida. La ausencia de distracción externa, nos conduce inevitablemente a
ojear nuestro interior y descubrir la verdad de lo que somos, de lo que
creemos, de lo que confiamos y de lo que esperamos.
Ante la
enfermedad, no caben disfraces ni máscaras; y brota naturalmente lo más
miserable y lo más sublime de nosotros. En el desierto, Israel adoró al
becerro de oro y quiso apedrear a Moisés y, en este mismo lugar, escuchó la voz
de Dios y recibió las tablas de la Ley.
Como ocurrió
con Israel, en ocasiones es necesaria la experiencia del desierto, del
sufrimiento, de la enfermedad, para así disponernos a escuchar la voz del único
Dios y así abandonar a los “otros dioses” en los que poníamos nuestra
seguridad, a los que pedíamos la vida y no podían dárnosla. Sin
saberlo, lo cierto es que antes de la enfermedad, separados de Dios, también
transitábamos por el desierto porque vivíamos desterrados, separados de Dios.
De hecho, para el pueblo de Israel, el destierro de Babilonia fue mucho más
duro que el de sol y arena.
Cabe subrayar
en este punto que ser llevado al desierto, no deja de ser un detalle de amor de
Dios, de muestra de elección, porque allí, donde parece que nada pueda ocurrir,
Él quiere darse a conocer, desea hablar a nuestro corazón: “Por tanto, he aquí
que yo la seduciré y la conduciré al desierto, y le hablaré al corazón…”(Os
2,16). Asimismo, debemos reconocer en la enfermedad una elección de Dios por nosotros,
un regalo de amor, una llamada para seducirnos y hablarnos al corazón.
Así pues, el
desierto tiene un doble significado que se complementa: Por una parte, es lugar
de elección y por otra, ocasión de purificación: ambos aspectos constituyen la preparación
necesaria para un nuevo nacimiento. Israel, de hecho, había nacido en el
desierto; y entre la arena y el sol abrasador, adquirió un identidad más fuerte
que la de ningún otro pueblo sobre la tierra.
Contemplemos la
enfermedad como ocasión de refugio; porque nuestra salvación se inicia en el
desierto. Así sucedió hace dos milenios cuando gente de toda la región de Judea
y todos los de Jerusalén, marchaban al desierto confesando sus pecados, para
ser bautizados por Juan (Mc. 1,5)
Raúl Gavín | Iglesia en Aragón /
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