sábado, 19 de mayo de 2018

Solemnidad de Pentecostés






El Espíritu Santo, alma de la iglesia.

        Pentecostés significa cincuenta y alude a la fiesta agrícola que celebraba el pueblo judío a los cincuenta días de comenzar la siega, que comenzaba en la fiesta de Pascua. Era fiesta de acción de gracias por la cosecha obtenida. Más adelante, se le añadió un sentido religioso a la cosecha material y además se agradecía el don de la ley y de la alianza, pues la alianza sinaítica tuvo lugar aproximadamente a los 50 días de la salida de Egipto. Pentecostés se convirtió así en fiesta de la alianza y de la ley.  Este era un significado muy vivo en tiempos Jesús. San Lucas, al  colocar el don del Espíritu Santo en Pentecostés, sugiere que el Espíritu Santo es el gran don que resume toda la cosecha que nos ha conseguido Jesús en su Pascua, muriendo y resucitando. El Espíritu es la nueva ley interior y la nueva alianza. Hoy invita la Iglesia a considerar y agradecer el gran don de la resurrección de Jesús, el Espíritu Santo.

El Espíritu es el amor todopoderoso y sabio del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Jesús en su resurrección nos lo ha enviado a todos los bautizados y por ello es el alma del cristiano y de la Iglesia.  Es el Espíritu el que transforma nuestra débil naturaleza humana en hijos de Dios, uniéndonos a Cristo resucitado e  introduciéndonos así en la vida divina, en la que podemos compartir la vida filial y fraternal de Jesús; nos capacita para dirigirnos al Padre con confianza en la oración y para comportarnos fraternalmente con todos los hombres; nos capacita para pensar, desear, hablar y actuar como lo hizo Jesús, convirtiéndonos así en signos de Cristo. Él es el que nos resucitará, llevando a plenitud nuestra incorporación a la vida divina, lo que implicará compartir la felicidad y la alegría divina. Toda la vida cristiana es un crecer en el amor a Dios y a los hermanos bajo el impulso del Espíritu.

El Espíritu no realiza su tarea transformadora en cada persona de forma aislada sino incorporándola a la Iglesia y haciendo que actúe dentro de ella, pues en el bautismo nos une al cuerpo de Cristo, en cuyo contexto realiza su labor en cada bautizado. En la Iglesia nos capacita para realizar cada uno el carisma propio que ha recibido para provecho de todo el cuerpo, carisma de dirección, de apostolado, de profecía, de enseñanza, de socorrer al necesitado... El Espíritu es alma de todo cristiano y alma de la Iglesia.

La acción del Espíritu abarca todas las facetas de la vida cristiana. Las lecturas de este ciclo B subrayan varias de ellas. Gálatas recuerda que la vida humana es lucha entre tendencias buenas y malas y que el Espíritu nos capacita para vencer, pero es necesario que nos examinemos para ver si realmente domina en nosotros el Espíritu o la carne, es decir, las tendencias egoístas y pecaminosas. Para ello nos ofrece las nueve facetas inseparables del don del Espíritu en tres ternas: donde está el Espíritu tiene que haber amor, alegría y paz, / capacidad de comprender al otro, servicialidad, bondad, / lealtad, amabilidad, dominio de sí.

Por su parte, el Evangelio invita a dar testimonio de Jesús bajo el impulso del Espíritu y a dejarse guiar por él en la tarea de actualizar el mensaje de Jesús, profundizando en todas sus virtualidades, de forma que ilumine las nuevas situaciones humanas. Esto exige, por una parte, afinidad viva con la palabra de Dios, pues sólo puede conocer las implicaciones de la palabra de Dios los que las están viviendo, ya que con el crecimiento de la vida en el Espíritu crece también la comprensión de las realidades de las que habla el texto bíblico (cf. VD 30). Por ello los santos en su vida muestran el sentido profundo de la palabra de Dios (VD 48-49). El Espíritu ayuda a profundizar al que busca responder mejor a la voluntad de Dios y no al que sólo busca acrecentar conocimientos. Por otra parte, la profundización la realiza el Espíritu a la luz de la Tradición viva de la Iglesia y en comunión con el Magisterio (DV 8 y 10).

        El Espíritu es el protagonista de la celebración eucarístíca: es él quien nos une en Iglesia y nos capacita para orar; es él el que convierte la proclamación de las lecturas en palabra viva de Dios y abre los corazones para acogerla; es él el que transforma el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo y el que nos une al sacrificio de Cristo y por él al Padre. Siempre que recibimos a Jesús, recibimos con él su Espíritu.


Dr. Antonio Rodríguez Carmona

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