Jesús toma consigo a sus discípulos más íntimos y los
lleva a una «montaña alta». No es la montaña a la que le ha llevado el tentador
para ofrecerle el poder y la gloria de «todos los reinos del mundo». Es la
montaña en la que sus más íntimos van a poder descubrir el camino que lleva a
la gloria de la resurrección.
El rostro transfigurado de Jesús «resplandece como el
sol» y manifiesta en qué consiste su verdadera gloria. No proviene del diablo
sino de Dios su Padre. No se alcanza por los caminos satánicos del poder
mundano, sino por el camino paciente del servicio oculto, el sufrimiento y la
crucifixión.
Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías. No tienen el
rostro resplandeciente, sino apagado. No se ponen a enseñar a los discípulos,
sino que «conversan con Jesús». La ley y los profetas están orientados y
subordinados a él.
Pedro, sin embargo, no logra intuir el carácter único
de Jesús: «Si quieres haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías». Coloca a Jesús en el mismo plano que a Moisés y Elías. A cada uno
su choza. No sabe que a Jesús no hay que equipararlo con nadie.
Es Dios mismo quien hace callar a Pedro. «Todavía
estaba hablando» cuando, entre luces y sombras, oyen su voz misteriosa: «Este
es mi Hijo amado», el que tiene el rostro glorificado por la resurrección.
«Escuchadlo a él». A nadie más. Mi Hijo es el único legislador, maestro y
profeta. No lo confundáis con nadie.
Los discípulos caen por los suelos «llenos de
espanto». Les da miedo «escuchar sólo a Jesús» y seguir su camino humilde de
servicio al reino hasta la cruz. Es el mismo Jesús quién los libera de sus
temores. «Se acercó» a ellos, como sólo él sabía hacerlo; «los tocó», como
tocaba a los enfermos, y les dijo: «Levantaos, no tengáis miedo» de escucharme
y de seguirme sólo a mí.
También a los cristianos de hoy nos da miedo escuchar
sólo a Jesús. No nos atrevemos a ponerlo de verdad en el centro de nuestras
vidas y comunidades. No le dejamos ser la única y decisiva Palabra. Es el mismo
Jesús quien nos puede liberar de tantos miedos, cobardías y ambigüedades, si le
dejamos acercarse a nosotros y dejarnos tocar por él.
Ed. Buenas Noticias
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