Este tiempo de retiro
impuesto por el coronavirus puede ser una gran oportunidad para escuchar a Dios
y su palabra, para descubrir qué nos quiere decir a través de estos
acontecimientos. Desgraciadamente los mensajes que nos bombardean inducen al
miento. Por otra parte las ofertas de distracciones gratuitas no favorecen el
recogimiento. Recogimiento para algunos imposible si tienen que estar cuidando
de los niños. A pesar de todo, hay que saber descubrir a Dios en todo. Es
la gran oportunidad de redescubrir la fe como luz que ilumina nuestra vida y
todos los acontecimientos. La cuarta etapa de nuestro itinerario cuaresmal está
centrada en el
bautismo como iluminación del corazón y de la mente, de la
que habla la carta a los Efesios (5,8-14).
La curación del ciego
de nacimiento va mostrando las diversas fases de esa iluminación progresiva,
desde las tinieblas a la luz (Jn 9,1-41). Al principio, no sólo el ciego sino
también los discípulos de Jesús, están en la oscuridad. Éstos no comprenden la
causa de la ceguera de aquel hombre y se dejan llevar de las opiniones
imperantes o de las apariencias (1 Sam 6,1.6-7.10-13).
El milagro pone al
descubierto la ceguera de los vecinos del curado, que ya no son capaces de
reconocerlo y creen que lo confunden con otro. No sólo los vecinos estaban
ciegos sino también sobre todo los fariseos que creen que ven bien. También
ellos parecen interesarse por el milagro, pero el relato de lo ocurrido los
deja perplejos. Algunos están tan obcecados en sus convicciones legalistas que
descalifican a Jesús porque ha curado en sábado. Otros parecen abrirse a la luz
y reconocer que un pecador no puede realizar tales milagros. Interrogado el
curado sobre la persona de Jesús, empieza a ver claro y lo considera un profeta, un hombre de Dios.
Las autoridades
judías, en su obcecación, en su voluntad de negar el milagro evidente, creen
que el hombre no era ciego. Para ello llamaron a sus padres. Éstos confirman
que era ciego pero no saben cómo ha ocurrido el milagro, o mejor, no quieren saber
nada del milagro, pues sería reconocer a Jesús como el Mesías. Esto
provocaba la
exclusión de la comunidad judía, cosa que ellos no quieren. Por
eso se lavan las manos y piden que interroguen directamente al hijo, que es
mayor y no necesita que otros respondan por él.
Cerrados en su
ceguera, las autoridades inician un segundo interrogatorio del curado, acusando
a Jesús de pecador. Es la manera de descalificar
su persona y su obra liberadora. El ciego, beneficiario de
la obra salvadora, no puede admitir que Jesús sea un pecador. Más bien en el
interés de las autoridades por escuchar de nuevo el hecho cree descubrir un
deseo de parte de ellas de hacerse discípulos de Jesús. Ellos lo niegan
categóricamente y se declaran discípulos de Moisés, el enviado de Dios. El
ciego curado sostiene que también Jesús tiene que ser un enviado de Dios porque
ha hecho este milagro.
Las autoridades no se dejan dar lecciones de
un pecador, castigado por Dios con la ceguera, y lo expulsan de la comunidad.
Es entonces cuando es acogido por Jesús, que le pide una fe absoluta en su
persona como Hijo del
Hombre y Señor. Es lo que el ciego curado confesará, adorándolo
como a Dios. De esa manera el ciego ha llegado a la iluminación plena. En cambio
los que creen ver no tienen remedio. Están condenados a la ceguera para
siempre. Que la celebración de la eucaristía ilumine nuestras vidas con el
misterio de Cristo para que también nosotros podamos ser pequeños puntos de luz
que indican el camino a los que lo buscan.
Lorenzo Amigo
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