Jesús y los discípulos
llegaron a Betsaida. Y le trajeron un ciego pidiéndole que lo tocase. Él lo
sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso
las manos y le preguntó: “¿Ves algo?” Levantando los ojos dijo:” Veo hombres; me
parecen árboles, pero andan”. Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre
miró: estaba curado veía todo con claridad. Jesús le mandó a casa, diciéndole
que no entrase en la aldea. (Mc 8, 22-26).
Los discípulos de Jesús
tienen la experiencia de que con sólo tocarle, quedan curados. En el episodio
de la “hemorroisa” se relata este hecho, que recordamos brevemente, pues no es
éste el Evangelio que se medita. En esencia es el de una mujer que padece
flujos de sangre desde hace doce años, y, a pesar de haber gastado todo su
dinero en médicos y medicinas, no lograba curarse. Es de señalar que en
aquellos tiempos, en el pueblo de Israel, la sangre significaba la vida, de
forma que esta mujer perdía la vida a pasos agigantados. Ella se acerca a una
multitud que rodeaba a Jesús, y toca su manto. El manto también tiene una
simbología en la Escritura: representa la “personalidad”, o la “persona”.
Recordemos el episodio del profeta Elías antes de ascender al cielo en un carro
de fuego, y cómo su acompañante y discípulo Eliseo, le pide que al menos, antes
de partir, le de las tres cuartas partes de su manto, es decir, de su
sabiduría, de su persona.
Jesús se inquieta
porque se siente tocado, entre esa multitud. Y pregunta: “… ¿Quién me ha
tocado?...” Porque había salido de él una fuerza que no es de este mundo. Y con
esta Fuerza de Jesús, con solo tocar el manto, quedó curada. ¡Qué grande es tu
fe! Le dijo Jesús
Pues con esta
experiencia de los apóstoles, le traen un ciego para que Jesús le toque.
Jesús lo saca de la
aldea, no quiere que le tomen por un milagrero, no desea que le coronen rey…Le
saca de la aldea quiere significar que le aparta del mundo en que vive, le
lleva a su mundo, el mundo de Dios. Y cogiéndole de la mano, como a un niño,
pues ha nacido de nuevo para Dios, le unta saliva en los ojos.
La saliva representa la
Palabra que sale de su boca; y la Palabra que sale de su boca nos lleva al
Evangelio. Por su Poder, puede devolverle la vista. Jesús le impone las manos,
situación que luego retomaría la Iglesia con la imposición de manos llamada
“epiklesis”, que es una invocación al Espíritu Santo, para que con su poder
realice el milagro. En la Eucaristía dominical, cuando el sacerdote, por el
poder recibido de Dios, transforma el agua y el vino en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo, observemos ese detalle de la imposición de manos sobre el
altar, para que sea el espíritu quien realice el milagro. Jesús, con este
signo ante el ciego, inaugura por así decir, el signo del envío.
El ciego, a la pregunta
de Jesús, dice ver como “árboles” que se mueven. Muchas veces decimos que los
árboles no nos dejan ver el bosque. En este caso, el Señor Jesús, por medio del
ciego, en el bosque de la vida donde estamos inmersos, no le impide ver el
árbol que somos cada uno de nosotros. Y el ciego lo dice elevando los ojos,
mirando al que le llevaba de la mano, mirando al cielo.
Hay una consecución de
detalles que nos llevan de un lado para otro con distintas notas catequéticas.
Es hermosa la Palabra que Dios revela en la Escritura, acercándonos por
diferentes cauces al agua Viva de su Mensaje.
En la segunda
imposición de manos, el ciego miró. No dice como antes, vio, sino miró. Detuvo
su mirada. Una cosa es “ver” y otra “mirar”. Es una apreciación minúscula e
importante, para nuestra vida. Está en sintonía con “oír” y “escuchar”, que son
conceptos diferentes, y que, por abuso del lenguaje, nos pueden parecer lo
mismo.
Y Jesús, una vez
curado, le dice no entrar en la aldea. ¿Y por qué no, entrar? ¿No les
agradaría a sus familiares y amigos verle curado? No es eso. La expresión de
Jesús es la de “no volver a entrar en su vida anterior”, renacer del agua y del
Espíritu.
Adorado y alabado sea
Jesucristo,
(Tomás Cremades)
comunidadmariamadreapostoles.com
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