Voy a intentar exprimir el relato de
este evangelio no para hacer una reflexión consecuente teológica, sino para
sacarle algunas aplicaciones secundarias ‒consecuencias colaterales, se dice
ahora– aplicadas a nuestro estado de confinación por causa del coronavirus.
Las hermanas de Lázaro le mandaron
recado. También nosotros ahora por muchos medios y de distintas formas
–oraciones privadas y públicas y conjuntas; hasta actos religiosos al más alto
estado, el último la bendición papal “urbi et orbi” con el Santísimo– le estamos mandado recados al Señor para que
nos arregle esta situación, especialmente por la cantidad de muertes, muertes
que acaecen a seres a los que Dios quiere como a Lázaro. A pesar de la vital
urgencia de las hermanas, el amigo que podía impedir la muerte se quedó todavía
dos días donde estaba –mucho tiempo para la urgencia de los moribundos, así lo
creemos nosotros ahora–. Por tanto no nos debe extrañar, y menos pesar, que
nosotros tengamos que estar este largo tiempo confinados y aislados, sin la
aparente escucha del Señor.
“Esta
enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios”.
Son las palabras que Jesús les dice a los emisarios. ¿No podíamos buscar también
la manera de que esta tragedia tan grande que tiene la humanidad sirva para la
gloria de Dios? A lo mejor cada uno de nosotros tiene que aprovechar este
tiempo para reflexionar y ver qué tiene que cambiar para que igual que aquellos
dos días sirvieron para la resurrección de Lázaro, ahora todas las reflexiones
juntas de todos, por aquello de la levadura,.. hagan que resucitemos a otra forma de vida más solidaria y que recuerden en nuestras prioridades.
Dos actitudes distintas las de las
hermanas; ya en otra visita anterior a casa de los amigos quedaron patentes las
dos formas de actuación y de ser de ellas. Marta salió a su encuentro, mientras
María se quedó en casa. Esta permanece recluida, quizá en oración, a la espera
de la visita del amigo; preparándose para el encuentro porque tenía fe en la
acción divina. Aquella, más impetuosa e irreflexiva sale al encuentro para
reprocharle: “Señor, si hubieras estado
aquí no habría muerto mi hermano”. Actitud muy humana y de suma actualidad
por la tendencia de una parte de la humanidad insensata, imprudente y carente
de fe que siempre achaca a Dios los males de esta vida. Al mal derivado del
pecado original lo encaramos de estas dos formas: o lo aceptamos con fe,
oración y ponemos de nuestra parte lo que podamos para solucionarlo; o lo
ponemos en el débito de otro, ¿quién mejor que Dios? Cuántas veces hemos
escuchado aquello de… cómo Dios lo puede
permitir, siempre con el reproche. Peor aún, si Dios existiera…
Ante el hecho consumado de la muerte del
amigo, Jesús se echó a llorar. Muestra de la humanidad de Jesús. “¡Cómo lo quería!” comentaban los judíos. Nosotros,
como seres humanos, también ahora lloramos la muerte de los hermanos. Levantó
los ojos a lo alto, dio gracias al Padre –oración y acción de gracias por
nuestra parte–, y gracias a su divinidad se realizó la respuesta al reproche de
Marta: “Yo soy la resurrección y la vida”.
Ahí no llegamos; nosotros no tenemos el poder de resucitar a otros, pero un día
la disfrutaremos definitivamente.
Pedro José Martínez
Caparrós
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