viernes, 13 de marzo de 2020

Lázaro, el mendigo (Lc 16, 19-31)



         Jesús describe con todo lujo de detalles la primera escena, que ocurre aquí en la tierra, y esta congela el corazón de cualquier persona con unos sentimientos normales, sin tener que ser necesariamente algo sensible: el rico vestido de púrpura y lino ‒traje de sumos sacerdotes, cónsules, reyes, emperadores, etc.‒ banqueteando ‒comida abundante y espléndida‒  y esto cada día, no de vez en cuando o en determinadas fiestas, no, a diario. Por contra Lázaro, cubierto de llagas, sentado sin ni atreverse a saciarse ‒calmar por completo el hambre‒, pese a que sí tenía ganas de hacerlo, de lo que caía de la mesa porque era para los perros, que, a su vez, le lamían sus llagas; este lamer era todo el alivio que tenía Lázaro.

Un delicado detalle de Jesús: habla del rico, anónimo, y de Lázaro, con nombre. Detalle de profunda significación y nada desdeñable como preámbulo para describir sucintamente el paso de esta escena terrena a la siguiente, en la otra vida: los ángeles se llevan al mendigo al seno de Abrahán, ahora sí lo califica, sin nombrarlo, como contraste con el rico que simplemente muere y es enterrado, sin más, pese a haber llevado una vida de boato.

 Tras esta breve pero enjundiosa forma de describir la muerte de ambos, Jesús nos lleva a la segunda escena: el diálogo entre el rico desde los tormentos infernales y el padre Abrahán, con el plácido Lázaro en su seno. Aún en esa situación pretende seguir dando órdenes: gritando… “manda a Lázaro”. Cree seguir teniendo poder y pretende alcanzar la influencia del mendigo, ahora en mejor situación que él, pero ya han cambiado las tornas. En esta situación se contenta con una gota de agua del dedo llagado. Demanda la piedad que él no tuvo en su vida anterior y Abrahán, en contestación, simplemente le muestra el balance de su cuenta entre bienes y males, ya consumió en vida aquellos y por contra Lázaro, estos; en esta nueva situación los bienes cotizan a la baja y se cambian por tormento y los males, al alza, por consuelo. Así que el saldo es negativo e inamovible y ya no es tiempo de ingresar en la cuenta.

Siguiendo la metáfora, con el saldo al rojo vivo, nunca mejor dicho que desde el infierno, intensa salvar a sus hermanos, pero el director bancario sigue siendo implacable, no hay más crédito “ni aunque resucite un muerto”.

Conclusión inapelable: los bienes y males de esta vida se transforman en tormento y consuelo respectivamente en la otra.

Pedro José Martínez Caparrós


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