Jesús describe con todo
lujo de detalles la primera escena, que ocurre aquí en la tierra, y esta
congela el corazón de cualquier persona con unos sentimientos normales, sin
tener que ser necesariamente algo sensible: el rico vestido de púrpura y lino
‒traje de sumos sacerdotes, cónsules, reyes, emperadores, etc.‒ banqueteando
‒comida abundante y espléndida‒ y esto
cada día, no de vez en cuando o en determinadas fiestas, no, a diario. Por
contra Lázaro, cubierto de llagas, sentado sin ni atreverse a saciarse ‒calmar
por completo el hambre‒, pese a que sí tenía ganas de hacerlo, de lo que caía
de la mesa porque era para los perros, que, a su vez, le lamían sus llagas;
este lamer era todo el alivio que tenía Lázaro.
Un delicado detalle de Jesús: habla del rico,
anónimo, y de Lázaro, con nombre. Detalle de profunda significación y nada
desdeñable como preámbulo para describir sucintamente el paso de esta escena
terrena a la siguiente, en la otra vida: los ángeles se llevan al mendigo al
seno de Abrahán, ahora sí lo califica, sin nombrarlo, como contraste con el
rico que simplemente muere y es enterrado, sin más, pese a haber llevado una
vida de boato.
Tras esta
breve pero enjundiosa forma de describir la muerte de ambos, Jesús nos lleva a
la segunda escena: el diálogo entre el rico desde los tormentos infernales y el
padre Abrahán, con el plácido Lázaro en su seno. Aún en esa situación pretende
seguir dando órdenes: gritando… “manda a Lázaro”. Cree seguir teniendo poder y
pretende alcanzar la influencia del mendigo, ahora en mejor situación que él,
pero ya han cambiado las tornas. En esta situación se contenta con una gota de
agua del dedo llagado. Demanda la piedad que él no tuvo en su vida anterior y
Abrahán, en contestación, simplemente le muestra el balance de su cuenta entre
bienes y males, ya consumió en vida aquellos y por contra Lázaro, estos; en
esta nueva situación los bienes cotizan a la baja y se cambian por tormento y
los males, al alza, por consuelo. Así que el saldo es negativo e inamovible y
ya no es tiempo de ingresar en la cuenta.
Siguiendo la metáfora, con el saldo al rojo vivo,
nunca mejor dicho que desde el infierno, intensa salvar a sus hermanos, pero el
director bancario sigue siendo implacable, no hay más crédito “ni aunque
resucite un muerto”.
Conclusión inapelable: los bienes y males de esta
vida se transforman en tormento y consuelo respectivamente en la otra.
Pedro José Martínez Caparrós
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