Hay dos formas de andar por la vida: en círculos, más o menos amplios, pero círculos que por más que se coloreen son repetitivos y por tanto cansinos. La otra forma es ir hacia nuestro Padre de la mano del Buen Pastor. No está en nosotros la capacidad sin más, de ir hacia Dios, alguien tiene que venir a nuestro encuentro y guiarnos. Alguien, el Señor Jesús.
De esto nos habla el Evangelio de hoy en el que Jesús resucita a Lázaro. Entre las muchas vertientes catequéticas, nos quedamos con ésta en la que Jesús dice a los amigos de Lázaro recién salido del sepulcro: ¡Desatadlo y dejadle andar!
Ya puede encaminar su vida hacia su Padre. Bien conoce Jesús las ataduras que nos amarran a esos círculos agobiantes que terminan por cerrarse contra nosotros. Al igual que a Lázaro nos desata de ellas y Él por su parte queda atado a la Cruz con la violencia de unos clavos. Pedro lo describe así: Habéis sido rescatados... no con oro ni plata, sino con la Sangre preciosa del Cordero inocente, Jesucristo (1 P. 1,18-19).
(Antonio Pavia-Misionero Comboniano)
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