"«Cúmplase
tu voluntad en la tierra como en el cielo». No en el sentido de que Dios haga
lo que quiere, sino en cuanto nosotros podamos hacer lo que Dios quiere. Pues
¿quién puede estorbar a Dios de que haga lo que quiera? Pero porque a nosotros
se nos opone el diablo para que no esté totalmente sumisa a Dios nuestra mente
y vida, pedimos y rogamos que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios: y para
que se cumpla en nosotros, necesitamos de esa misma voluntad, es decir, de su
ayuda y protección, porque nadie es fuerte por sus propias fuerzas, sino por la
bondad y misericordia de Dios. En fin, también el Señor, para mostrar la
debilidad del hombre, cuya naturaleza llevaba, dice: Padre, si puede ser,
que pase de mí este cáliz (Mt 26,39), y para dar ejemplo a sus discípulos de
que no hicieran su propia voluntad, sino la de Dios, añadió lo siguiente:
Con
todo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres. Y en otro pasaje
dice: No bajé del cielo para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me
envió (lo 6,38). Por lo cual, si el Hijo obedeció hasta hacer la voluntad del
Padre, cuánto más debe obedecer el servidor para cumplir la voluntad de su
señor, como exhorta y enseña en una de sus epístolas Juan a cumplir la voluntad
de Dios, diciendo: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno
amare al mundo, no hay en él amor del Padre, porque todo lo que hay en éste es
concupiscencia de la carne, y concupiscencia de los ojos, y ambición de la
vida, que no viene del Padre, sino de la concupiscencia del mundo; y el mundo
pasará y su concupiscencia, más el que cumpliere la voluntad de Dios
permanecerá para siempre, como Dios permanece eternamente (1 lo
2,15-17). Los que queremos permanecer siempre, debemos hacer la voluntad
de Dios, que es eterno. La voluntad de Dios es la que Cristo enseñó y cumplió:
humildad en la conducta, firmeza en la fe, reserva en las palabras, rectitud en
los hechos, misericordia en las obras, orden en las costumbres, no hacer ofensa
a nadie y saber tolerar las que se le hacen, guardar paz con los hermanos, amar
a Dios de todo corazón, amarle porque es Padre, temerle porque es Dios; no
anteponer nada a Cristo, porque tampoco él antepuso nada a nosotros; unirse
inseparablemente a su amor, abrazarse a su cruz con fortaleza y confianza; si
se ventila su nombre y honor, mostrar en las palabras la firmeza con la que le
confesamos; en los tormentos, la confianza con que luchamos; en la muerte, la
paciencia por la que somos coronados. Esto es querer ser coherederos de Cristo,
esto es cumplir el precepto de Dios, esto es cumplir la voluntad del Padre.
Pedimos
que se cumpla la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra; en ambos consiste
el acabamiento de nuestra felicidad y salvación. En efecto, teniendo un cuerpo
terreno y un espíritu que viene del cielo, somos a la vez tierra y cielo, y
oramos para que en ambos, es decir, en el cuerpo y en el espíritu. se cumpla su
voluntad. Por eso debemos pedir con cotidianas y aun continuas oraciones que se
cumpla sobre nosotros la voluntad de Dios tanto en el cielo como en la tierra;
porque ésta es la voluntad de Dios, que lo terreno se posponga a lo celestial,
que prevalezca lo espiritual y divino
.
También
puede darse otro sentido, hermanos amadisimos, que puesto que manda y amonesta el
Señor que amemos hasta a los enemigos y oremos también por los que nos
persiguen, pidamos igualmente por los que aún son terrenos y no han empezado
todavía a ser celestes, para que asimismo se cumpla sobre ellos la voluntad de
Dios, que Cristo cumplió conservando y reparando al hombre. Porque si ya no
llama El a los discípulos tierra, sino sal de la tierra, y el Apóstol dice que
el primer hombre salió del barro de la tierra y el segundo del cielo, nosotros,
que debemos ser semejantes a Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos v
llueve sobre justos e injustos (Mt 5,45), con razón pedimos y rogamos,
ante el aviso de Cristo, por la salud de todos, que como en el cielo, esto es,
en nosotros, se cumplió la voluntad de Dios por nuestra fe para ser del cielo,
así también se cumpla su voluntad en la tierra, esto es, en los que no creen, a
fin de que los que todavía son terrenos por su primer nacimiento empiecen a ser
celestiales por su nacimiento segundo del agua y del Espíritu."
Oración:
Señor Dios, Tú nos has revelado tu voluntad a través de las palabras y acciones de tu divino Hijo. Te suplicamos nos ayudes a seguir su ejemplo en nuestras vidas para poder contemplarte y cantarte para siempre en tus moradas eternas. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
(Del
Tratado de san Cipriano sobre el Padrenuestro 14-17)
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