miércoles, 24 de marzo de 2021

Aborto y eutanasia

 

         Me sería imposible penetrar en el pensar y actuar de las personas abortistas y pro eutanasia. Solo voy a intentar ponerme en la piel de los que sí lo son, empresa difícil y arriesgada meterse en la interioridad del pensamiento del otro, máxime en tema tan delicado, pero haré un esfuerzo para indagar sus motivos y en la medida de mis pobres posibilidades, más que refutarles, al menos, reflexionar al respecto.

        Los animales irracionales parece que tienen un instinto de supervivencia a costa de los más débiles. Vemos en muchos reportajes televisivos cómo los menos dotados o que ya han llegado al límite de sus fuerzas, bien por estar cerca del fin de su vida o por haber salido malheridos en la lucha con otros más jóvenes, que vienen buscando la supremacía del liderato de la manada, quedan fuera de la protección de sus congéneres y su destino es acabar aislados y desprotegidos por lo que solo quedan como alimento de los depredadores carnívoros. Es la ley de la supervivencia. Son animales irracionales carentes de alma racional o espíritu, por lo que nos parece lógico ese comportamiento: muere el más débil en aras de la  salvación del resto.

        Algo así creo que pudiera pasar entre el género humano. Una parte ha evolucionado olvidando y negando que tenga un espíritu además del cuerpo mortal. Su concepción vital carente de la visión anímica les hace portarse cual depredadores, es más, piensan que su comportamiento rinde un favor al resto del género humano. Piensan que la supervivencia y progreso del grupo viene dada por la muerte de los más débiles e indefensos. El nasciturus y los ancianos nada aportan a la sociedad. Los primeros son unos inoportunos no deseados que se presentan sin haber sido invitados y en consecuencia serán un constante mal recuerdo para después; los segundos, unos parásitos de los que ya nada se puede sacar, una carga social. Pues quitémosles de en medio. Visto desde este punto de vista, cual si los viéramos como otro mundo ajeno, externo y distante, a los que sí tenemos la concepción espiritual ‒Dios‒ nos debería parecer lógico su comportamiento, deberíamos comprender su actitud, aunque lógicamente no la compartamos. Es como si la capacidad de entender de la evolución humana hubiera invertido los términos y echara marcha atrás; porque hubo un tiempo en que un grupo, los humanos, adquirió conciencia e inteligencia y evolucionó en el sentido de seguir la ruta del avance, progreso, desarrollo social… y así se convirtió en ser superior a los otros animales que no evolucionaron. Entonces, ¿qué pasa?, ¿es pura y fría deshumanización? Si la respuesta es afirmativa, ¿qué mundo hemos creado? Al respecto insertaré una cita del nada sospechoso Martin Luther King: “El hombre nació en la barbarie, cuando matar a sus semejantes era una condición normal de la existencia. Se le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer carne de otro”.

        Llegados a este punto parece entonces que lo que nos diferencia es la creencia en un Dios ‒porque su capacidad intelectual no debemos negársela‒ que infunde un alma para elevarnos de un estado más salvaje a otro más civilizado en el que la conciencia y el sentimiento de amor a los otros nos lleva a un comportamiento más compasivo y responsable de la vida ajena. Ellos, que rechazan la espiritualidad, se revisten de progresismo y a nosotros, creyentes, nos tildan de conservadores. Conservadores de vida frente a innovadores de muerte. Gran contrasentido: la innovación aliada con la destrucción, la muerte.

        Por otra parte está aquello de la preservación de la especie. En España creo que hay una ley titulada Ley del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad. En ella hay un largo listado de especies y subespecies protegidas para evitar su extinción, lo cual está muy bien, pero ¿en dicho listado no está incluido el ser humano? ¿Estamos más desprotegidos que animales y vegetales? Un sinsentido.

        Pero volviendo a la tesis principal. Me resisto a creer que solo sea una cuestión de creencia religiosa. Hay ‒no me cabe la menor duda, porque lo contrario sería una degeneración destructiva del género humano‒, entre los no creyentes personas que tienen conciencia del bien y del mal, de lo ético y de la ley o moral natural, gente con sentimientos humanitarios y piedad, que están contra estas dos prácticas de muerte: aborto y eutanasia. Entre los ateos o agnósticos hay personas sensatas y rectas, que están y se manifiestan públicamente en contra de estas técnicas. Ergo…

        Con respecto a la ley o moral natural transcribiré una cita de Marco Tulio Cicerón, político y orador romano al que no se le podrá acusar precisamente de católico, pues nació 106 A.C. En su obra político-filosófica  De re publica escribe al respecto de la ley natural: “Ciertamente existe una ley verdadera, de acuerdo con la naturaleza, conocida por todos, constante y sempiterna… A esta ley no es lícito agregarle ni derogarle nada, ni tampoco eliminarla por completo. No podemos disolverla por medio del Senado o del pueblo, Tampoco hay que buscar otro comentador o intérprete de ella. No existe una ley en Roma y otra en Atenas, una ahora y otra en el porvenir; sino una misma ley, eterna e inmutable, sujeta a toda la humanidad en todo tiempo…

        Para terminar, unas preguntas. ¿Y esos animales que también, esporádicamente se han visto que salvan al cachorro del contrincante? Serán entonces anomalías de la naturaleza. O ¿es que, en el fondo, todo ser vivo tiene inscrito el sentimiento de la conmiseración y solo por pura necesidad de supervivencia mata? ¿Solo el sentimiento religioso nos lleva a no matar? Entonces, ¿el abortista y el pro eutanasia es carente de ese sentimiento? Pues vaya progreso.

       Pedro José Martínez Caparrós.

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