No hay día que abramos los periódicos o los medios de comunicación que se hable de cómo vivir la Semana Santa. Pero hay un punto del que, con pena, se pasa por alto o se les olvida y es la vivencia espiritual y litúrgica de la Semana Santa. Y esto es lo más importante puesto que la Semana Santa se vivirá como siempre aunque ciertos actos, más bien externos, no tendrán visibilidad como son las procesiones. El centro de la Semana Santa es la exposición más bella que pueda existir: La pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Pero lo más grande y hermoso que se ha manifestado, se manifiesta y siempre se manifestará, en la Semana Santa, nadie lo ha podido superar y nadie lo podrá borrar. No hay experiencia tan excelsa como la vida de Jesucristo que ha ofrecido su vida por puro amor al ser humano y nos ha salvado.
Si hiciéramos, como si se realizara un escáner que explora el cuerpo
humano, veríamos las experiencias tan diversas y distintas en el interior de
cada persona. Me voy a fijar en algunas de ellas y así podremos apreciar lo que
significa la Semana Santa en la experiencia humana. Unas experiencias son
positivas pero hay varias sufrientes que pueden admitirse como realidades
negativas y dolorosas.
1. El sentido del dolor. Nadie quiere que en su vida exista el dolor, pero
esto es un deseo no una realidad. El dolor y sufrimiento existe queramos o no
queramos. Desde siempre así se ha manifestado y siempre ha existido. Ahora bien
en el ambiente social y cultural existe, en el ser humano contemporáneo, la
apetencia a ser dichoso, buscando en la dicha la evitación del dolor y pasa por
alto puesto que cuando llega el dolor no sabe afrontarlo y no le da sentido
profundo al mismo. Recuerdo con estupor y conmoción la experiencia de William
Cowper, un poeta cristiano, que sufrió terriblemente. Cuatro veces se volvió
loco, intentó suicidarse en varias ocasiones y se vio debilitado por depresión
durante largos años. Pero la desesperación de este buen poeta no fue la suma ni
lo total de su vida. Fue la esperanza y la fe en Dios. De ahí que escriba: “No
juzguéis al Señor con vuestros débiles sentidos/Sino confiad en su gracia;
detrás de una providencia de ceño fruncido/ Dios esconde un rostro
sonriente/.Sus propósitos madurarán con rapidez, abriéndose hora tras hora/ El
capullo tendrá amargo sabor, pero dulce será la flor/.” Tan real como sea el
sufrimiento, Dios es más real. Tan profundo como pueda llegar el sufrimiento,
Dios va más profundo.
2. El vacío de la vida. Más nos adentramos en las superficialidades de la
vida como son el materialismo, el hedonismo, el pansexualismo… más vacíos y
vicios provocan en la vida. Cuántas veces se oye decir: “Estoy desilusionado de
la vida porque no encuentro satisfacción interior”. Es el sufrimiento del
sinsentido vital. Se pierden los valores existenciales, se muestran las
angustias interiores, los miedos se agolpan con frenesí, se descuelgan
sentimientos de culpabilidad, se apropian fantasmas de ilusión sin contenido y
se buscan caminos erróneos de adicciones viciosas de todo tipo. La única salida
lleva como consecuencia a la desesperación y la única posible solución es la
pregunta que emana de tal situación: “¿Por qué? En la respuesta auténtica está
el camino de esperanza que es Jesucristo. Basta saber que el sufrimiento humano
tiene un modelo de vida sufriente. Albert Camus, desde su dramática falta de
fe, lo sentía profundamente y escribe: “La noche del Gólgota tiene tanta
importancia en la historia de la humanidad porque en aquellas tinieblas,
abandonando ostensiblemente su privilegios tradicionales, la divinidad
(Jesucristo) ha vivido hasta el fondo, la angustia de la muerte”. Y se ha hecho
cercano a todo sufrimiento humano, es más, se ha identificado poniéndose en el
lugar del dolor humano.
Ante los dolores, sufrimientos y vacíos existenciales bien podemos decir que se
sigue haciendo presente la Semana Santa en lo más íntimo del ser humano. Por
eso, como decía el Papa San Juan Pablo II, que para poder percibir la verdadera
respuesta al “¿por qué?” del sufrimiento, tenemos que volver la mirada a la
revelación del amor de Dios, fuente última del sentido de todo lo existente. El
amor es también la fuente más rica sobre el sentido del sufrimiento, que es
siempre un misterio; somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de
nuestras explicaciones. Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace
descubrir el “¿por qué?” del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender
la sublimidad del amor divino. Todo dolor, todo sufrimiento y todo vacío
encuentra su respuesta en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
+ Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
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