La llegada del tiempo de Cuaresma enciende en nuestro interior una alerta: hemos
de renovar nuestra vida, tenemos que convertirnos.
La conversión es el primer paso de toda vida de
fe. El encuentro con Dios nos llama y exige un cambio en el rumbo de la
existencia. El protagonista principal de la conversión es Dios mismo, porque es
su amor el que nos cambia. Convertirse es volverse a Dios y a su amor. Sentir
el abrazo de Dios es el comienzo de la conversión.
La Cuaresma es tiempo de gracia porque es una
llamada a volvernos a Dios, al tiempo que iniciamos el camino que nos llevará
hasta la Pascua. La conversión es siempre un camino por hacer, un proyecto
inacabado. Cada año este tiempo se abre ante nosotros como una nueva
posibilidad.
En el camino cuaresmal, tiempo para renovar la
fe, la esperanza y la caridad, se nos dan tres armas preciosas: la oración, el
ayuno y la limosna. El Papa Francisco, en su mensaje para la Cuaresma de este
año, nos invita a renovar nuestra fe sirviéndonos de estos medios que nos
propone la Iglesia, tejiendo un proyecto de vida que nos hace mirar a la meta:
la resurrección del Señor.
Muchas
veces tenemos la tentación de querer construir nuestra existencia sobre un
sentimiento trágico de la vida; somos los cristianos de Cuaresma que nunca
llegan a la Pascua. Si el camino tiene pruebas, si en la vida hay sufrimiento y
derrota, no es menos cierto que éstas no tienen la última palabra. En este
tiempo de pandemia no podemos quedarnos en el lamento. Tenemos que vislumbrar
en el dolor y en las lágrimas la luz de Cristo resucitado y vencedor del pecado
y de la muerte.
La
situación presente es el anuncio ya de un día sin ocaso, del día de la
salvación. Sigamos el camino de la pobreza (ayuno), del amor (limosna) y de la
intimidad con Dios nuestro Padre (oración). En este tiempo, dejémonos alcanzar
por la Palabra de Dios, acudamos a su encuentro en la lectura, en la escucha,
en la meditación, en la oración, para que nos transforme, para que cambie nuestro
corazón. La oración es siempre aliada de la esperanza. El que reza, espera; y
espera porque confía, porque se sabe envuelto por una presencia.
Somos pobres. Así lo estamos experimentando en
este tiempo, pero la pobreza no es un inconveniente; todo lo contrario. La
pobreza aceptada nos acerca a Dios y nos acerca al hermano. No nos acercamos al
otro desde la autosuficiencia o la seguridad en nosotros mismos, sino desde la
pobreza compartida.
Dice el
Papa: “Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino
que se transforma en una reserva de vida y felicidad”. El ayuno es la expresión
de nuestra pobreza y de la necesidad que tenemos de Dios. Es un buen momento
para repetirnos: tenemos necesidad de Dios; sin Él, el horizonte de la vida se
empequeñece y se desvanece la esperanza. La limosna es la caridad realizada con
sencillez, la que busca ayudar al cercano en lo concreto. “Vivir una Cuaresma
de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de
sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de covid-19. En un
contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que Dios dirige a
su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is 43,1)”, nos recuerda el Santo
Padre. Os invito a vivir esta Cuaresma con los ojos fijos en el Señor que por
nosotros se entregó a la muerte y resucitó para darnos nueva vida, acompañados
siempre de la presencia maternal de María, la Madre del Salvador.
+ Ginés
García Beltrán
Obispo de
Getafe
No hay comentarios:
Publicar un comentario