Un museo al aire libre resultó ser la muestra de un cáliz para la celebración de la misa, que aparecía con un disparo que perforó su copa, y con otro que lo rompió como si fuera una flor deshojada. Resultaba impresionante ver ese objeto religioso, que se prestaba a blanco en la distancia para probar la puntería de los secuestradores, como si fuera una lata de sardinas cualesquiera o un bote de refresco. Era un cáliz. Quedó destrozado impunemente, y es botón de muestra del salvajismo bárbaro con el que algunas facciones musulmanas tratan sin respeto, sin diálogo, sin fraternidad, lo que para otras personas puede representar un objeto sagrado digno de su más honda veneración. Se ha mostrado durante la visita del Papa Francisco a Irak.
Este
cáliz había sido encontrado en Qaraqosh, la ciudad con mayor número de
cristianos del país, en una iglesia siro-católica milenaria. Sin embargo, los
que dispararon al cáliz no podían imaginar que en ese vaso sagrado se volvería
a consagrar el vino para que la Sangre de Cristo volviese a llenar de gracia y
luz, lo que el pecado más oscuro había intentado destruir. Es una parábola
plástica de cómo más allá del daño que se inflige, que tanto sufrimiento
suscita, los terroristas no logran borrar la presencia cristiana de todo Irak.
De hecho, los cristianos están volviendo a la llanura de Nínive y la Iglesia no
tiene constancia de que haya habido un solo cristiano que haya renegado de su
fe.
En estos
días también estamos asistiendo a un museo viajero en nuestras parroquias y
templos asturianos con un icono profanado por yihadistas procedente de Homs
(Siria) que está recorriendo nuestros lares durante esta Cuaresma. Desde la
preciosa iniciativa de la Asociación católica Ayuda a la Iglesia Necesitada,
podremos contemplar también aquí una muestra de la cerrazón violenta de quienes
no entienden el significado de la religión, y se escudan nada menos que en Dios
para hacerle cómplice de sus destrucciones culturales, los asesinatos de
inocentes, las venganzas llenas de rencor, las pretensiones violentas. El Papa
lo recordaba en este viaje a Irak: “Si Dios es el Dios de la vida —y lo es— a
nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre (…). Si Dios es el
Dios de la paz —y lo es— a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre.
Si Dios es el Dios del amor —y lo es— a nosotros no nos es lícito odiar a los
hermanos”.
Porque no
es el arte únicamente lo que se pone en el paredón del odio para fusilar la
cultura de los pueblos y las expresiones de la fe verdadera que nos abre al
Misterio de Dios por diversos caminos. Es también –y sobre todo– la vida misma
la que se pone en el disparadero de sus punterías para obligar al éxodo
aterrador o a la degollación de tanta gente inocente que no la dejan vivir, ni
educar, ni expresar de modo alguno su religiosidad. Todo esto cobra un tinte de
especial ensañamiento cuando se trata de la vida cristiana, como vemos que
sucede en cualquier parte del mundo, también en la vieja Europa, cuando se da
la cristianofobia espontánea o calculadamente organizada. No obstante, la
palabra última no la tiene la barbarie, pues como decía el Santo Padre, “la
fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la
muerte, la paz es más fuerte que la guerra. Esta convicción habla con voz más
elocuente que la voz del odio y de la violencia; y nunca podrá ser acallada en
la sangre derramada por quienes profanan el nombre de Dios recorriendo caminos
de destrucción”.
Pero no
cabe el desaliento que como un virus nos atenaza y rodea, porque Dios nos ha
vacunado con la esperanza, como concluía Francisco: “la esperanza que nace de
la oración perseverante y de la fidelidad cotidiana a nuestro apostolado. Con
esta vacuna podemos seguir adelante con energía siempre nueva, para compartir
la alegría del Evangelio, como discípulos misioneros y signos vivos de la
presencia del Reino de Dios, Reino de santidad, de justicia y de paz”.
+ Fr.
Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
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