lunes, 14 de marzo de 2016

Ejercicios Espirituales




Ejercicios Espirituales: aprender de la mirada y los gestos de Jesús, que son aquellos del buen samaritano: ver, detenerse, tocar.

Los tres verbos de la compasión, “verbos que jamás hay que olvidar”, es el tema al centro de la meditación de los Ejercicios Espirituales de Cuaresma, el jueves, que el padre Ermes Ronchi predica al Papa Francisco y a la Curia Romana en la localidad de Ariccia.

 “Es la madrugada del domingo y han transcurrido tres días en medio de una inmensa sensación de vacío y muchas lágrimas. También la mujer que se acerca al sepulcro tiene el rostro marcado y la visión de la piedra sepulcral apartada aumenta la angustia. Una voz la detiene: “Mujer, ¿a quién buscas? ¿Por qué lloras?”. El padre Ronchi parte de esta escena bíblica para describir el comportamiento de Dios ante el dolor del hombre.

Los tres verbos de la compasión

Jesús ha resucitado, observa el predicador, “es el Dios de la vida” y se “interesa por las lágrimas” de la Magdalena. “En la última hora del viernes, sobre la Cruz se había ocupado del dolor y de la angustia de un ladrón, en la primera hora de Pascua se ocupa del dolor y del amor de María”. Porque, subraya el padre Ronchi, este es el estilo de “Jesús, el hombre del encuentro”: jamás busca  “el pecado de una persona, sino se posa siempre sobre el sufrimiento y sobre la necesidad”. Y entonces, se pregunta el religioso, “¿cómo hacer para ver, entender, tocar y dejarse tocar por las lágrimas” de los otros?:

“Aprendiendo de la mirada y los gestos de Jesús, que son aquellos del buen samaritano: ver, detenerse, tocar, tres verbos que jamás hay que olvidar (...) Ver: el samaritano vio y tuvo compasión. Vio las heridas de aquel hombre, y se sintió herir (...) El hambre tiene un por qué, los migrantes cargan montañas de por qué, los tumores de la tierra contaminada tienen un por qué. Interrogarse sobre las causas es de discípulos. Ser presencia allí donde se llora (...) y luego buscar juntos cómo alcanzar las raíces del mal y arrancarlas”.

No “pasar a la otra parte”

En muchas escenas del Evangelio Jesús ve el dolor humano y siente compasión. Este vocablo, dice el padre Ronchi, en el texto griego se traduce con sentir “un calambre en el vientre”. Entonces  la verdadera compasión no es un pensamiento abstracto y noble sino una mordida física. Aquello que induce al buen samaritano a no “pasar a la otra parte” como hacen el sacerdote y el levita. También porque, agrega el padre Ronchi, “allí no hay nada, mucho menos  Dios”:

“La verdadera diferencia no es entre cristianos, musulmanes o judíos, la verdadera diferencia no es entre quien cree o quien dice no creer. La verdadera diferencia es entre quien se detiene y quien no se detiene ante las heridas, entre quien no se detiene y sigue su camino (...) Si he pasado sólo una hora a adosarme el dolor de una persona, la conozco  mejor, soy más sabio de quien ha leído todos los libros. Soy sabio de la vida”.

La misericordia jamás es a “distancia”

Tercer verbo: tocar. “Cada vez que Jesús se conmueve, toca”, recuerda el predicador de los ejercicios. “Toca lo intocable”, un leproso, el primero de los descartados humanos. Toca al hijo de la viuda de Naín y “viola la ley, hace lo que no se puede: toma al muchacho muerto, lo levanta y se lo devuelve a su madre”:

“La mirada sin corazón produce oscuridad, y luego acciona una operación aún más devastante: arriesga en transformar a los invisibles en culpables, en transformar a las víctimas – a los prófugos, a los migrantes, a los pobres – en culpables y en causa de problemas (...) Y si veo, me detengo y toco. Si seco una lágrima, lo sé, no cambio el mundo, no cambio las estructuras de la iniquidad, pero he inoculado la idea que el hambre no es invencible, que las lágrimas de los otros tienen derechos sobre cada uno y sobre mí, que yo no abandono a la deriva a quien tiene necesidad, que tú no has sido descartado, que el compartir es la forma más inherente al ser humano. (…) Porque la misericordia es todo aquello que es esencial a la vida del hombre. La misericordia es un hecho de vientre y de manos. Y Dios perdona así: no con un documento, con las manos, tocando, con una caricia”.



 (RV).10/03/2016

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