domingo, 27 de marzo de 2016

Bruselas


Creía, Señor, que Tú habías muerto para eliminar la muerte y el pecado de este mundo. Pero visto lo visto más de uno puede caer en la tentación de  pensar que tu venida fue un fracaso.

A ver, si no, cómo esas bestias salvajes, con toda la frialdad del mundo, dando un alarido que invoca a su dios, en breves instantes producen una barbarie tan grande. ¿Cómo se puede matar en nombre de una religión? ¿Qué clase de religión sería esa? Su odio es inversamente proporcional a su inteligencia. El Islán no es así, no es cierto que el Corán, su libro sagrado, les dé cobertura. Juzgamos falsamente si partimos de su adulterada premisa. Los auténticos musulmanes los desautorizan abiertamente.

Tú sí que moriste para salvar a todos los seres humanos y además moriste dando también otro desgarrador alarido a tu Padre Dios: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Qué paralelismo tan antagónico. Unos mueren matando por odio y Tú mueres dando la vida por amor. Esto, hasta los que no sean creyentes tuyos lo pueden entender y admitir, en cambio lo de las Torres Gemelas, Atocha, París, Bruselas… ¿quién lo va a entender?

Es muy difícil poner la otra mejilla con estos prójimos, así que ilumínanos y danos fuerza porque nuestra mente y nuestro corazón se resisten.

Gracias, Dios mío, por ser así, por darnos la vida, por amar y perdonar. Gracias por habernos dado una religión de libertad, pues en comparación, la pretendida de estas mentes atrofiadas es de servilismo. Perdona a tanto terrorista que anda ciego por este valle de lágrimas porque tampoco ellos saben lo que se hacen.

Ayúdanos a ambas partes a convivir, ya que inevitablemente estamos forzados a cohabitar. Ilumina y dale sabiduría a los verdaderos musulmanes, que son los más,  para que sean capaces de hacerles ver su error a esa minoría, aunque realmente cada vez es menos minoría, pero con mucho odio y mucha ansia de matar. Perdónales y reconviértelos al verdadero sentido de los principios de su religión, que nada de lo que engañosamente practican en su nombre es admisible.

 Pedro José Martínez Caparrós

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