Yo
no tengo revelaciones ni oigo voces en mi corazón, soy demasiado insignificante;
pero sí sé algo, no me preguntes cómo, pero lo sé.
Es
cuando voy a misa. El primer detalle que me impresiona es la Señal de la Cruz
porque sobre mí y en su Nombre me sello ¡Qué fuerte!, sus manos, son
las mías.
Después
arrodillada Le doy las gracias por todo y sobre todo, por estar allí para
escucharle. Aunque le veamos “gordito o lo que sea”, ¡Es Dios con un rostro humano!, y eso me hace taparme la cara y
concentrarme, porque sé que me va a
decir algo especial: “Esa frase que ha
de quedarse clavada”.
Una
Santa dijo que en una ocasión, por la Gracia de Dios, vio durante la misa cómo
ángeles de la Guarda llevaban en sus manos las peticiones de los fieles (algunos
las tenían vacías) y las ponían a los pies del Altar. También vio en la
Consagración (de rodillas) cómo Jesús rodeando al sacerdote, levantaba la
Hostia Ensangrentada y cómo se llenaba el Cáliz con su Sangre (casi se
derramaba). Jesús aparecía lacerado.
En
la Comunión, las personas iban acompañadas por su ángel y en el justo momento
de recibir a Jesús, eran arropadas por una luz inmensa sobre los hombros. Esta
visión era el milagro que debía conocer el mundo.
Cuando me fui de allí, di infinitas
gracias por participar del milagro y llevarle conmigo. Siempre puede ser la
última vez en la tierra…
Emma
Díez Lobo
No hay comentarios:
Publicar un comentario