Piadosamente no me cabe duda, de que en
el momento de la resurrección física de Jesús, cuando su cuerpo de carne herida
se transformó en pura gloria, –como en aquel Tabor pero ya para siempre–, en el
lado de acá de la losa que sostenía su cuerpo, estaba María, y en el lado que
está más allá de la física, en el Sheol o sueño de Abraham, donde esperaban los
justos la promesa de la palingenesia, estaba José. La propia fuerza interna de
aquel cuerpo de Cristo, que ellos habían alimentado, contemplado y sentido con
toda la epidemia de amor pegadizo que rebosaba, estaba siendo origen, génesis,
principio y fin, de toda la esperanza del Adan perdido y recuperado en gloria.
Tras mil generaciones de muerte en ADaN, al resucitar un hombre, Dios hizo
eterno el barro de nuestra naturaleza. Hay muchos hombres que quieren ver hoy
en el universo algún rastro del explosivo "big-bang", que dio origen
al cosmos. Yo daría ahora mismo mi vida por ver algo de aquél momento clave, el
momento de la Resurrección de Jesucristo. No creo que haya otro acontecimiento
más grande en toda la historia de este cosmos que vemos y tocamos. El Alfa y la
Omega de la creación, cerraron el círculo creativo en aquel segundo luminoso de
la recreación.
En este lado nuestro, junto a la losa
fría que soportaba el cuerpo castigado de muerte, estabas tú María. Y un poco
más allá, en el 'poco' que conoce la fe, estabas tú José, en la puerta misma
del seno de Abrahám, el seol, los infiernos... vaya Vd. a saber. Lo cierto es
que hoy es ya noticia de nuestra sola fe. La Palabra que la proclama y la
alimenta nos dice que tras morir en cruz, y puesto amortajado en un sepulcro,
Jesús "descendió a los infiernos", abrió las puertas hacia el Reino y
libró a los cautivos «bajo las sombras de la muerte, y puso sus pies en al
camino de la paz».
Algunos, antes de irse al Reino,
volvieron a esta vida y se aparecieron a muchos en Jerusalén, y si José estaba
en aquellos infiernos, sería uno de ellos, al menos para gozarse con María de
las profecías que hacía treinta años les habías proclamado Zacarías en la
montaña, y Simeón en el Templo. María tenía aún la espada en el alma, y José
también exploraba ya los Caminos de la Paz, para los nuevos hijos que pasan las
sombras de la muerte. Su pascua personal, su salida de Egipto, es garantía de
nuestra pascua eterna.
¡Yo me apunto a su tutela!
Manuel Requena
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