La
lectura de esta parábola, Señor, me da pie para considerar sobre la misma,
pero, permíteme, que haga una reflexión personal.
Viene
a mi mente que la viña es la vida que me has regalado. Es tuya, pero me la has
dado para que yo haga con ella según me parezca, al igual que a los
arrendatarios. Me llamarás una sola vez para preguntarme cómo la he cuidado,
entretanto yo seré el único señor y dueño de la misma, me has dado también toda
la libertad para cuidarla de la manera que mejor sepa o quiera; no me has
impuesto condición alguna en el contrato.
Como
cualquier agricultor tendré que regarla, abonarla, quitar las malas hierbas y
podarla a su debido tiempo.
Creo
que la oración es el agua que a diario debo proporcionarle para que no se
seque. El agua contiene todos los nutrientes necesarios para mantener frondosa
la vid, para que al final dé buenas uvas. Cuento con buena tierra, puesto que
Tú me la has proporcionado y Tú nunca das materia prima de mala calidad, pero
si yo la riego con agua de mala calidad de poco va a valer esa buena tierra.
Sabes que no riego con agua salobre, pero quizá no sea de la calidad que merece
la donación.
Por
otra parte me imagino que el abono son las obras buenas que a lo largo de la
vida haga. Ahí tengo otro problema, ya que no siempre tengo la diligencia
exigida, de vez en cuando me entra pereza, el calor del día me amodorra, el
frío me entumece y en consecuencia no abono con la frecuencia debida.
También
debo tener el terreno limpio de malas hierbas, pero no siempre las arranco. De
vez en cuando crece alguna que otra y cuando vengo a darme cuenta ya está
demasiado arraigada y cuesta mucho erradicarlas, eliminarlas completamente.
Por
último viene la poda en el otoño. Entonces sí que no hay que fallar, hay que
eliminar todo sarmiento inútil, todo sarmiento que no vaya a dar fruto. Señor,
ya estoy en el otoño, ya de un momento a otro me vas a llamar para pedirme
cuentas de cómo está la viña. No quiero pensar en ello, pero es una realidad.
No
deseo, Señor, que me tengas que decir lo que a aquellos sacerdotes y ancianos
del pueblo…se os quitará a vosotros el
reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.
Solo
te pido sabiduría y diligencia para terminar de cuidar la viña, para terminar
de arrancar las malas hierbas y sobre todo dar una buena y profunda poda.
Pedro
José Martínez Caparrós
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