jueves, 17 de marzo de 2016

¡Enseñar al que no sabe!


«LA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA SE LLAMA MISERICORDIA»

LA PRIMERA OBRA ESPIRITUAL DE MISERICORDIA

 Carmen, la maestra más vocacionada que he conocido, tiene razón cuando confiesa que la educación de todo ser humano, especialmente la de los disminuidos físicos o psíquicos, «afecta a la eternidad». Nunca sabes, ni cuándo, ni cuál, puede ser su alcance. Pero te garantiza una libertad, autenticidad, fecundidad, felicidad... inusitada.

La vida interior (fe), de igual manera, si no la abonamos de razones, con el rico patrimonio que hemos heredado durante siglos, se anquilosa. Enseñar algo a quien lo desconoce ayuda a crecer a la persona, esto es, a ir modelándose como Dios la ha soñado… Se logra si se enseña desde el amor y la humildad y si se ofrece lo mejor de sí pero, sobre todo, si ofrece la visión trascendente de la persona a la que se educa y en la que el educador llega a reconocer un signo de la presencia misericordiosa de Dios.

Es muy importante colaborar en satisfacer las necesidades materiales de muchos de nuestros hermanos como hemos visto en las obras de misericordia corporales pero no menos necesario resulta que aprendan a relacionarse con los demás y con Dios (ORACIÓN), a perdonar, compartir, respetar, convivir... Valores que encarnó Jesús, nuestro MAESTRO y que nos sirven hoy a nosotros como referente: Jesús fue un maestro diferente. Su enseñanza y sus signos eran de otra categoría.

Hasta la gente sencilla era capaz de captar la diferencia. Mientras los maestros de su tiempo se dedicaban a repetir una tradición heredada de sus antepasados, Jesús hacía una nueva lectura de la tradición y descubría su relevancia para la vida del hombre. Su enseñanza estaba cargada de fuerza y convicción. Enseñó no sólo con palabras. La enseñanza de Jesús no era teórica. Tan importantes como sus palabras eran sus obras y su ejemplo. A veces, siguiendo la costumbre de los antiguos profetas, hacía algunos gestos simbólicos. Tal vez el más significativo fue el lavatorio de los pies. Algo insólito en aquella cultura que lo consideraba como un oficio propio de esclavos. Su enseñanza era integral, en la que el educador quedaba implicado, ya que lo que enseñaba era un modo de vida nacido de su experiencia profunda.

Maestro de todos. Jesús estableció diversos tipos de relación con sus interlocutores: Con aquellos que se resistían a aceptar su proyecto liberador (los fariseos, los saduceos, etc.) su relación fue de confrontación interpeladora, respetuosa pero, a la vez, clara y directa. A ellos también les ofreció su «buena noticia» pero la rechazaron porque se creían poseedores de la verdad. Con los que acogieron de buen grado su palabra, Jesús estableció una relación especial. Entre éstos podemos distinguir dos grupos de personas: la gente sencilla y el grupo de los discípulos que van con él. Con los primeros, utiliza un lenguaje sencillo que todos pueden entender fácilmente. Es el lenguaje de las parábolas que, desde experiencias y realidades concretas, hace reflexionar y descubrir una enseñanza más profunda. Con el grupo de sus discípulos, mantuvo una estrecha relación, en la que progresivamente los fue educando para que comprendieran a fondo el misterio del reino de Dios y su propia misión. Su enseñanza era también acompañamiento. Con una pedagogía singular.

El relato evangélico que mejor la revela es el encuentro con los discípulos de Emaús: Jesús sale a su encuentro, se hace compañero de camino, se interesa por sus preocupaciones, los escucha atentamente, les explica pacientemente las Escrituras haciendo una nueva lectura de lo acontecido, se queda con ellos, aceptando su hospitalidad, hasta que "se les abrieron los ojos" y desaparece. Ojalá cada uno, al menos durante este año de gracia, nos hiciéramos los encontradizos con los que vagan sin rumbo y nos constituyésemos en acompañantes, en testigos con nuestra propia vida de los valores que hemos recibido del Maestro.

Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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