sábado, 26 de marzo de 2016

Madre también en soledad



La soledad del Sábado -"Sabat" judío, descanso-, puede ser un encuentro en el silencio que acusa recibo de las soledades en que quedan los hombres tras una muerte. El muerto, y los vivos que lo aman, cada uno en su lado de la historia humana, están solos cuando acaba el sepelio. El Sábado Santo es como la celebración litúrgica de todas las soledades. Su sentido patético cursa como un arroyo hasta encontrar el gran río del sufrimiento desaliñado pero fértil de María, la madre de la Iglesia, la Madre de Jesús. 

La comunión con ese corazón sufriente durante un viernes y un sábado judío, es un tesoro de ciencia y conocimiento del misterio religioso que acompaña al hombre como parte de su identidad genética. La comunión con los muertos  que ahora tienen alguna forma de vida, es común en todas las religiones. Pero la comunión con los vivos, que pasada la puerta de la muerte escuchan, oyen, hablan y acuden al diálogo interviniendo incluso en el mundo físico que llamamos 'esta vida', la religión que más la ha desarrollado es la cristiana. El cristianismo tiene en su fundamento de fe la comunión de los santos. Los que entran al reino, están vivos, comunicantes.

La comunión más perceptible es la que se logra con María, la Madre que une umbilicalmente a la Iglesia con su Hijo, el Padre y el Espíritu. Y el Sábado Santo hay como una gracia especial para esa comunión. Sin palabras muchas, sin razonamientos pesados, sin promesas ni votos incumplibles, la presencia suya en la vida del espíritu cristiano que ora en soledad, es apreciable a simple vista de la fe. Alimenta solo con misterio de amor presente, como hizo con la primera iglesia reunida con temor, en lo escondido una sala amplia de la segunda planta, donde vibraba aún el eco emocional de las cuerdas bucales de su hijo diciendo: "Esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre"... Ella lo entendería aquella misma noche, porque era la Madre de la Esperanza. Lo que a nosotros nos lleva sosteniendo dos mil años en la fe, la vuelta del amado que se fue, ella lo concentró en un solo 'sabat', un descanso, un sábado judío en el que uno no podía ni moverse. Pero ella se movió, como su Hijo. Con la espada clavada en el alma, que el viejo Simeón le había profetizado, fue capaz de volar en silencio hasta el sepulcro, y entender la promesa que había hecho. ¡Volveré y os llevaré conmigo! 

María del tiempo sagrado viajó en su soledad a todos los tiempos de su hijo. Incluyendo siglo XXI. Y aquí está, como aquella noche del año 33 desde su parto en Belén, sosteniendo la vida de los nacidos a su fe, atemorizados, gritando como ella: ¡¿Dónde estás?!

La Madre de Esperanza, fue madre del encuentro y lo seguirá siendo  tras la muerte.

Manuel Requena


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