valorar la pasión de jesús y compadecerlo en sus
miembros
La celebración de hoy es larga, por lo que el
comentario homilético debe ser breve, pero rico y sugerente, poniendo de
relieve tres aspectos.
1.
Valorar y agradecer la pasión histórica de Jesús, que revela su amor (nos amó y se entregó por nosotros: Ef 5,2) y el amor del Padre que
nos lo entrega (amó Dios tanto al mundo
que entregó su Hijo unigénito: Jn 3,16). La 1ª lectura, el 4º poema del
Siervo de Yahvé, presenta a Jesús como cordero inocente, representante de la
humanidad, en cuyo favor sufre y muere. En la segunda lectura en su 2ª parte (v
7-9) Jesús aparece pidiendo al Padre superar todo tipo de muerte y gozar de la plenitud
de la vida y lo consigue para él y para nosotros. Por su
parte, el Evangelio, la pasión según san Juan, ofrece el relato más sublimado
de la pasión de Jesús, en el que la presenta como el camino regio de un rey
hacia su trono. Jesús aparece consciente, libre y dueño de su destino y de los
acontecimientos: cuando lo van a detener se revela como Yo soy (nombre
divino), da permiso para que lo detengan y ordena que dejen en libertad a sus
discípulos. En la escena ante Anás se comporta con plena dignidad y libertad.
En el diálogo con Pilatos no se sabe quién es el juez y quién el reo, pues
Jesús está en el centro de la escena junto a Pilato. Estos diálogos culminan en
dos grandes revelaciones: he aquí el hombre, es decir, hasta donde es
capaz de llegar el Hijo de Dios encarnado por amor a los hombres, y he aquí
vuestro rey, es decir, Jesús es verdaderamente rey pero en su total entrega
y humillación. En la cruz Jesús aparece con su título de rey de los judíos en
todas las lenguas conocidas, presentándose así a todo el mundo; hasta el último
momento vive cuidadoso de cumplir la voluntad del Padre hasta en los últimos
detalles. Y finalmente, a la hora de morir, lo hace libremente: Juan lo subraya
escribiendo e inclinando la cabeza, entregó el espíritu; normalmente un
moribundo muere y después, como consecuencia, inclina la cabeza, pero aquí es
al revés: Jesús muere libremente y nos entrega su espíritu.
2.
Compartir la cruz gloriosa de Jesús.
Toda la celebración trata de convencernos que ser
cristiano implica compartir en la vida diaria su pasión y muerte. El dolor está
presente en la vida cristiana, el dolor físico igual que en todos los miembros
de la humanidad, y el dolor específico de vivir el discipulado en lucha
constante contra “nuestra carne” y contra la oposición del mundo no cristiano.
Pero la cruz de Jesús, que hay que compartir, es gloriosa y camino de compartir
la resurrección de Jesús. La 2ª lectura invita a confiar en su ayuda, pues el
Señor resucitado nos comprende, ya que, aunque no puede sufrir, tiene la
experiencia de lo que es una existencia humana amando y sirviendo a los
demás. Por ello es el Sumo Sacerdote misericordioso y comprensivo.
3.
Cristo sigue sufriendo en sus miembros.
Jesús ahora
no sufre y por ello no tiene sentido una reacción puramente sentimentalista,
pero sufre en sus miembros. Por eso celebrar su pasión se tiene que concretar
en la compasión de todo sufrimiento humano: las personas que sufren por
enfermedad, los que sufren perseguidos por su fe y por el servicio a la
justicia. Esto es tan importante que el mismo Jesús ha dejado como materia del juicio final el
problema del hambre en el mundo, el de la falta de agua, el de los inmigrantes
y sin papeles… (Mt 25,31-46).
Rvdo. D. Antonio Rodríguez Carmona
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