La presencia de Cristo, muerto,
resucitado y sentado glorioso a la derecha del Padre donde estaba siempre, y
estará para el siempre nuestro, es la presencia en la Eucaristía.
Tú sabes, luminoso Señor, lo que cada uno
percibimos y sentimos sobre esta luz tuya, en la presencia que se hace
sacramento, porque eso es lo que somos cada uno en la Iglesia, lo que sabemos
de ti, y amamos por tu gracia. Todos nos ponemos delante de tu sacramento,
participamos, leemos o escuchamos Palabra, pero cada uno tiene su identidad y
su luz para ti, para sí mismo y para los otros, porque la tesitura de luces que
da el Padre y enriquecen tu Cuerpo es infinita, y se complementan.
Con la misma presencia estás en el
Sagrario, como reserva silenciosa que nos llama a trenzarnos contigo,
imbricados en el catolicismo, en la totalidad.
Recuerdo que algunos sacerdotes nos
empujaban de niños, como acto piadoso de reconocimiento, a tocar y besar el
Sagrario, decir alguna frase cariñosa y de alabanza, y desde luego –en las
nutrientes visitas al Santísimo–, estar sentado un rato en la presencia. Alguno
más entendido, nos enseñaba que ni siquiera había que decir nada, solo estar
allí en silencio interior y exterior. Como en la playa, cuando nos tendíamos al
sol en la arena, y acabábamos tostados por sus rayos. Y en verdad es que
algunas veces uno sentía ese 'algo' especial que eres tú, Señor de los
silencios en la sala íntima del alma.
Hay otra presencia que no hemos aprendido
muy bien, al menos yo, a tenerla como fuente de oración. También los hombres
que sufren y los que gozan contigo, son una especie de sacramento de tu
presencia eterna. Tan presencia son, que el hombre cercano que sufre, al que
puedo tocar y le llega mi voz, el prójimo, será la medida y ley de mi juicio
final. Lo dijiste tú, Juez eterno, "tuve hambre, y me diste de comer, tuve
sed y me diste de beber, estuve enfermo o en la cárcel, y me
visitaste...". (Mt 25)
Una cumbre de tu presencia sacramental es
el matrimonio. ¿Pero toco y acaricio y hablo a mi esposa como hacía con aquel
sagrario? ¿Tengo la seguridad de fe de que tú estás haciéndote presente en el
amor del matrimonio con todo lo que tiene? No solo estás presente para mí, sino
que como en la Eucaristía, esa presencia creída y cuidada, trasciende a todo el
universo. Parece un exageración, pero en la fe, es la realidad misma de tu
encarnación.
La luz de tu presencia enorme, vivo,
resucitado y sentado en tu trono del cielo, no se multiplica en tus
sacramentos, porque es la misma en todos, aunque en unos alimente, en otros
limpie del pecado y reconcilie, o colabore con el Padre y contigo a completar
el número de hombres que formamos tu cuerpo en plenitud.
Y en esa tesitura, hay una presencia que
debería ser el colmo o cumbre de presencias, y es cuando al Sacramento del
matrimonio, se le une en la misma persona cercana, la gracia que los pobres
tienen para nosotros. Cuando mi esposa está enferma, tiene hambre o sed, sufre
por las cosas que sufrimos los hombres, por los hijos, por la familia, por la
vejez de todos los dolores... entonces la caricia y el consuelo se hacen un
tesoro del amor, un depósito de oro a plazo fijo, cuya devolución de principal
y réditos son seguros en el día final de tu Reino. El Misterio Pascual de cada
día, es también el matrimonio cada día con su noche, como el pan nuestro, el
perdón y reconciliación, la acción de gracias, con tu muerte y tu resurrección.
¡El Reino está más cerca de lo que
parece! A veces solo basta con estar en silencio, sufriendo juntos, en la
esperanza de que vengas Tú, Señor de todo nuestro gozo, y nos digas ¡Entrad,
benditos de mi Padre!
Manuel Requena.
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