Gran
lección de perdón nos das en este pasaje de tu Evangelio. Con razón se traduce Buena
Nueva. Fue algo nuevo para aquella época, pero, lo malo, es que siegue, después
de más de dos mil años, siendo nuevo. Para la mayoría del ser humano sigue
siendo un contrasentido el perdón. ¿Cómo vamos a perdonar la grave acción
recibida? Sigue teniendo más sentido aquello de ojo por ojo.
Con
la Ley de Moisés en la mano aquella mujer debería ser lapidada, pero Tú les das
un tiempo para que se lo piensen mejor. Parece que te haces el distraído, como
si no hubieras escuchado la sentencia de aquel tribunal popular. Sigues
escribiendo en el suelo y, transcurrido el tiempo necesario, te incorporas y
miras alrededor. Todos se fueron
escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Todos menos una sola
persona: la acusada. Ella allí permanecía como clavada al suelo, no osó
escurrir el bulto porque fue la única que esperaba el perdón, era la única
sincera que reconocía su pecado. Allí estaba ante Ti esperando la sentencia: Anda y en adelante no peques más. Ni un
solo reproche. Lo pasado, pasado está, no importa lo que hayas hecho, lo
importante es la buena predisposición y la enmienda futura porque el pasado
está perdonado.
También,
Señor, con suma frecuencia yo te soy infiel, cometo otro tipo de infidelidades
distintas a la achacada a la pecadora, pero infidelidades al fin y al cabo e
incluso, a lo peor, más graves que la imputada a aquella señora. Soy infiel,
por desagradecido, al gran amor que me muestras día a día. Infiel por el poco
agradecimiento mostrado por los dones recibidos. Infiel por no cumplir la
palabra tantas veces dada en el silencio de la oración. Infiel al no
reconocerte en el rostro de tanta gente con la que a diario me cruzo sin
aprecio alguno. Infiel por el rencor guardado tras una discusión sin
importancia. Infiel por mi soberbia al no reconocerme peor que otros. Infiel…
para qué voy a seguir con la retahíla de
infidelidades, Señor, si Tú las conoces todas.
Llegado
a este punto, nuevamente como en tantas otras ocasiones, Señor, Te suplico el
perdón que tuviste para aquella mujer y la paciencia con el tribunal acusador,
ya que quizá me encuentre mejor representado en ellos que en ella.
Con
gran confianza espero tu sentencia nunca condenatoria, al contrario,
esperanzadora y digna de tu misericordia.
Pedro
José Martínez Caparrós
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