jueves, 10 de junio de 2021

Apóstoles de calle, sal y luz.

 


Estoy seguro de que los jóvenes del Alto Aragón pueden contribuir a impulsar la «revolución de la ternura» en el corazón de cada persona. Basta con la decisión de unos cuantos convencidos en constituirse en «apóstoles de calle», esto es, hombres y mujeres que «habitados por Dios» tratan de construir la «civilización del amor», humanizan y dignifican las relaciones entre las personas, procuran que ninguno de sus hijos «se pierda» y experimenten su cercanía y cariño, su misericordia y perdón. Ser «apóstol de calle» conlleva ser «sal y luz», es decir, dar sabor a la vida e iluminarla, dar calor y color a cada cosa, «quemando», por otra parte, lo que nos impide ser nosotros mismos.

Jesucristo nos invita a colaborar con Él, mostrándonos, porque sólo dándose gratuitamente uno llega a descubrir el secreto mejor guardado de la humanidad: que sólo Él llena realmente la vida de toda persona y es el garante de la verdadera felicidad. No hay que hacer nada especial. Simplemente ser coherente, esto es, ser tú mismo, siempre. Y desvelar al Dios que llevas dentro. Es una tarea fascinante. Te invito a integrarte. Contigo gestamos el futuro. Y sembramos de dignidad y esperanza a los más desvalidos.

Ser «apóstol de calle» implica ser valiente, es decir, ser claro y coherente. Sin dudas ni ambigüedades. No estoy diciendo que esto sea lo más corriente ni lo más sencillo pero sí lo más cautivador porque implica el riesgo de vivir a la intemperie, sin cobijo ni protección frente a los obstáculos de nuestro mundo y nuestra sociedad. Aunque en ello nos vaya la vida. Tener que vencer el miedo al qué dirán, la vergüenza de ser cristiano (amigo de Jesús), a que te señalen o te ninguneen… pero, a cambio, experimentarás un «subidón» en tu autoestima al descubrir que, pase lo que pase, sólo el Señor es quien respeta y garantiza tu propia y verdadera dignidad y libertad.

Ser «apóstol de calle» es, tener el mismo «corazón de Jesús», es decir, ser testigo suyo ante los demás. Que te reconozcan por tu amor al prójimo, por pasar por la vida haciendo el bien, por tu alegría de haber recibido este gran don y ser capaz de contagiarla a quienes te rodean. Esta es nuestra «revolución», cambiar la Diócesis a fuerza de ternura y comunión. Servir de bálsamo de todo corazón herido, roto o vacío. Esto nos llena también hoy a nosotros de alegría y de paz.

Término citando las mismas palabras que usó el Papa emérito Benedicto XVI: Dios no es tu competidor, ni el que te priva de libertad como quieren hacernos creer tantos. Que cuando Dios desaparece de tu vida la persona no es más grande, ni más libre, ni más autónoma, ni más fecunda sino que desgraciadamente pierde la dignidad divina, el esplendor de Dios en su rostro, para convertirse sólo en el producto de una evolución ciega, de la que se puede usar y abusar.

Con mi afecto y bendición,

+ Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

 

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