Solo,
encadenado en una mazmorra fría y nauseabunda, sin nadie que te consolara… Decapitado
a espada en el más oscuro silencio por orden de Herodes y, en su fiesta servir tu
cabeza con gesto aterrador en una bandeja de plata.
No
sé qué significa y tantas veces lo he pensado. Eres el enviado de Dios, el hijo
deseado de tus padres santos, fuiste tanto y en tan poco desapareciste.
Porteador
amado de designios y victima odiada de nuestros caprichos; una vida entregada
al hombre en plena juventud, pero por grande ante Dios eliminado del mundo.
Tu
legado es preciosísimo, humildad personificada en tu amor por las almas, fuiste
un antecesor al Bautismo con Espíritu para Bautizar con agua.
Juan
querido, joven muchacho, tu muerte fuera como fuere, convierte mis lágrimas en amor
por ti. Si algún día estamos juntos, dime que fuiste feliz, que tu labor había
terminado, que no sentiste dolor, que querías irte con tu Padre, que naciste
para que yo te imitara porque yo, Juan, no soy nada y solo puedo aprender de ti.
Gracias
por tus Santos bautismos, por tu Santa vida y pide a Dios por mí.
Emma
Díez Lobo
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