Se habla de Cataluña y sus vaivenes como un problema político que ha mutado en un problema social. No es sólo cuestión de pretensiones políticas y de sus correctivos parlamentarios, sino que ha trascendido a la calle, se ha adentrado en las familias, ha invadido los círculos de amigos y la entera sociedad. Pero lo que ocurre allí, no sólo afecta a aquella bella región y a sus buenas gentes, sino que inevitablemente repercute en el resto de España. Y la posición de la Iglesia al respecto tiene también ambas derivas: la regional catalana y la nacional de toda España. Así entramos en cuestiones que nos tienen perplejos, y que nos dejan un trasfondo de extrañeza cuando con palabras que expresan realidades de gran nobleza, vemos que pueden ser utilizadas de muchas maneras, incluso torticeras. Porque los indultos que un gobierno puede estudiar y, eventualmente, conceder, tienen un itinerario que es claro en nuestro ordenamiento jurídico dentro de un Estado de derecho como es España. No se pueden arbitrariamente conceder o negar desde un caprichoso uso y un interesado cálculo que no tiene que ver con las palabras manidas en este festival de una extraña piedad, apelando a sentimientos sagrados y enormemente delicados, para venir a la postre a tapar los verdaderos motivos que se exhiben impudorosamente desde una pretendida magnanimidad.
Es
extraño invocar el diálogo con los que no quieren hablar, o tener magnanimidad
con quienes la van a usar y tirar, o empeñarse en la reconciliación con los que
siguen insidiando con saña y dividiendo sin rubor, o abogar por la tolerancia
con quienes no renuncian a la violencia, o apelar a medidas de gracia para
beneficio de los que ni las piden ni las merecen por su amenazante actitud de
reincidencia. Digo que es extraño y también culpable, porque no resulta un
atrevimiento ingenuo, ni una bondadosa inocencia. Más difícil resulta calificar
la actitud y la aptitud cuando no hay siglas políticas detrás, sino simplemente
un buenismo irresponsable que se alinea con ellas sin más, repitiendo los
argumentos prestados y asumidos en canal.
Desde una
óptica cristiana más bien cabría esperar un discurso desde la rica doctrina
social de la Iglesia que con logros y fallos hemos ido escribiendo como
preciosa aportación serena a la sociedad. También un amor a la verdad que
descarta la ambigüedad engañosa, una audacia templada que sabe medir bien los
tiempos sin precipitarse y sin fugarse cuando hay que hablar y actuar
ponderando las consecuencias para todos y no sólo para una parte. Esto sería un
buen testimonio desde una conciencia ética cristiana y desde una pedagogía paciente
que no hace extraña su responsabilidad dentro de la Iglesia.
Porque
parece que se indultan solamente las mascarillas que nos embozaban, cuando a
alguien se le ha ocurrido distraernos con tamaña concesión de gracia. Se
indultan los oscuros derroteros para perpetuarse en unas poltronas desde las
que seguir construyendo una pompa llena de la nada que tiene en la mentira su
recurrente herramienta política más esmerada. Se indultan los intereses
egoístas e insolidarios de quien se aprovecha tan sólo de su propia causa
engañando, forzando, manipulando, insidiando y dividiendo. Pero no se indulta
la vida del no nacido a cuyo asesinato en el seno de su madre se aspira a que
sea un derecho, ni la vida del enfermo o anciano terminal al que se permite
acabar con su vida eutanásicamente en lugar de cuidarla con respeto, cariño y
consuelo con medidas paliativas y espirituales, ni la educación de nuestros más
jóvenes sustrayendo ideológicamente la responsabilidad de sus padres.
Nosotros
seguiremos clamando y defendiendo la vida en todos sus tramos, la verdad que
nos hace libres, la convivencia plural y pacífica, la comunión fraterna que nos
une y complementa, la educación que no manipula. Todo eso que responde a las
promesas de Dios y a los anhelos de los hombres, a nuestras preguntas que
encuentran correspondencia en sus respuestas.
+ Fr.
Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
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