El Salmo 85
refleja el sufrimiento de un hombre pobre y desvalido que no tiene más amparo
que Dios y a El acude.
Hombres perversos
y soberbios se ceban con él; a pesar de ello nos lega unas perlas preciosas de
la más sublime espiritualidad. En vez de arremeter contra estos desalmados que
le acosan, fija su mirada en el Cielo y dice: "Levanto mi alma hacia ti,
Señor..." A la luz de la riquísima fuerza interior de este israelita
orante - figura profética de Jesús- nuestros ojos se vuelven hacia El que despiadadamente
despreciado y humillado se mantuvo fiel al Padre, a la misión que le había
encomendado; nuestra salvación es fruto de esta su fidelidad.!
Cuantas veces
abrumado por tanta ignominia y falsedad diría al Padre: ¡Levanto mi alma,
saciada de burlas, hacia ti, Padre mío! En el colmo de la necedad humana, Jesús
fue crucificado; fue entonces cuando grito estremecido: ¡Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu! Los discípulos de Jesús, que como El somos odiados por
el mundo (Jn 15,18...) levantamos también con frecuencia nuestra alma herida al
Padre; en la escena final de nuestra misión entre los hombres la levantamos por
última vez y colmados de júbilo le decimos: ¡Padre, levanto mi alma hacia ti!
¡En tus manos encomiendo mi espíritu! Inmediatamente nuestro Padre tiende
amorosamente sus manos para acogernos.
P. Antonio Pavía
https://comunidadmariama.blogspot.com/
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