Voy por la acera, paso el Banco, me meto en el Súper... Y veo mi reflejo en cada persona que me cruzo, son idénticas a mí, tenemos los mismos deseos y tristezas.
Si es un niño, yo lo fui; si
es un mayor, yo lo soy... Sí, somos “iguales”, son los míos y me invade un
sentimiento de unidad.
Jesús decía que somos
hermanos ¡Cuánta verdad!, y no solo hermanos, también padres, abuelos, hijos.
Es como si tu familia se extendiera sin límite.
Es genial, yo nunca me he
sentido sola. Si no es un padre, es un amigo, si no es un amigo es aquél que te
escucha. A todos nos encantan los cielos estrellados y todos llevamos algodón o
lana pegado a nuestros cuerpos. Diferencias... Pocas, pocas.
El problema viene cuando el
mal se introduce por las costuras y si no te das cuenta, te impregna de tal
manera que te conviertes en su aliado.
A estos les llamo “los secuestrados”,
se han transformado en adversarios y la “familia” se desgaja sin remedio. Se
apartan, te apartas; se acercan, te proteges, y te vas quedando huérfano...
Pero somos muchos los
hermanos huérfanos de cualquier lugar del mundo. Lo sabemos y debemos cuidarnos
unos a otros -bueno, espera, que los chinos parecen “primos lejanos”-.
-Y ¡Qué!
No importa dónde estés
“reflejo”, el agua que bebes viene del mismo cielo. Ojalá y pudiera darte un
abrazo que cruzara continentes.
Emma
Díez Lobo
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