Jesús, no sé qué
vistes en mí. Un día fijaste tu mirada en mis ojos, como a Pedro (Jn 1,42) y me
llamaste para estar contigo (Mc 3,14...).
Al principio no
me lo podía creer, todo mi ser exultaba de gozo, cada paso que daba a tu lado
era un latido de pasión por ti. Sin embargo, un día cruzaste la Puerta de la
Vida: el Calvario y tembloroso me eche atrás. Saliste a buscarme hasta
encontrarme. Estaba tan herido que me cargaste sobre tus hombros; entonces
conocí tu Amor por mí. Me apretaste contra tu pecho y con un cariño desconocido
para el mundo me hablaste así al oído: "Si te mantienes en mi Palabra,
llegarás a ser mi discípulo" (Jn 8,31-32). La Libertad y la Verdad serán
mi Fuerza en ti y con ella darás el fruto que agrada a mi Padre (Jn 15,8).
Con el corazón
estremecido, escribirás en las telas de tu alma tu amor indeleble por mi porque
ya sabes que mi Padre me envió al mundo como el Buen Pastor que da su Vida para
que todo el que se deje guiar por mi tenga vida en abundancia, eterna (Jn
10,11-12).
Jesús, ahora
también sé que "ningún sufrimiento, ni angustia ni persecución... me podrá
separar de ti" (Rm 8,35). Me llamaste Señor, me resistí, me buscaste con
tanto amor que me rendí y te dije: ¡Aquí estoy!
P. Antonio Pavía
https://comunidadmariama.blogspot.com/
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