«Una
vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a celebrarla,
Dios nos ofrece cada año la Cuaresma que anuncia y realiza la posibilidad
de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida. Con este mensaje
deseo ayudar a todos lo que conformamos la Iglesia a vivir con gozo y
verdad este tiempo de gracia». Así empieza
el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de este año. Y así queremos
acogerlo en nuestra Iglesia diocesana para vivir intensamente este
camino hacia la Pascua.
El camino de la Cuaresma, cuarenta días desde el Miércoles de Ceniza
hasta el Jueves Santo, tiene un profundo trasfondo bíblico vinculado
a grandes acontecimientos de la historia de la salvación. Cuarenta
días duró el diluvio universal, al que siguió la bonanza y la paz; al
igual que permaneció Moisés en el Sinaí, y sucedió la entrega de la Ley
y la Alianza; cuarenta años caminó por el desierto el pueblo de Israel
hasta llegar a la Tierra prometida. Y cuarenta días, según los relatos
evangélicos, Jesús permaneció en el desierto en oración y ayuno, venciendo
al tentador. Ahora nosotros, como Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, nos
iremos preparando, durante cuarenta días, para vivir y celebrar la
Pascua del Señor.
El Vaticano
II ha querido renovar este tiempo con una nueva vitalidad. La Constitución
sobre la Liturgia propone que se restauren las características propias
de la Cuaresma, recuperando su sentido pascual, bautismal y penitencial;
y recomienda al pueblo cristiano que escuche asiduamente la Palabra
de Dios, ore y practique el ayuno externo e interno, individual y social,
para llegar con gozo a la Pascua (cf. LG 109). En efecto, la vida cristiana
no es otra cosa que hacer eco en la propia existencia de aquel dinamismo
bautismal, que nos selló para siempre: morir al pecado para nacer a una
vida nueva en Jesús, el Hijo de María (Jn 12,24). La Cuaresma es un
tiempo privilegiado para intensificar el camino de la propia conversión,
con una verdadera renovación interior. Este camino supone cooperar
con la gracia para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se
trata de romper con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos
de todo aquello que nos aparta del Plan de Dios y por consiguiente de nuestra
propia y verdadera felicidad.
Permitidme que subraye algunas reflexiones de las que nos ofrece
el Papa Francisco en el mensaje para la Cuaresma al que ya he aludido.
Él parte de una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt
24,12). Es cuando Jesús, respondiendo a alguna pregunta de los discípulos,
les habla de la situación en que podría llegar a encontrarse la comunidad
frente a algunos falsos profetas, capaces de «engañar a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad
en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio». El
Papa, a partir de este pasaje, nos previene describiendo diversas formas
que pueden asumir también hoy los «falsos profetas», «encantadores de
serpientes» de los que se sirve el maligno que «es mentiroso y padre de
la mentira» (Jn 8,44), «para presentar el mal como
bien y lo falso como verdadero, a fin de confundir el corazón del hombre».
Por ello, cada uno de nosotros «está llamado a discernir y
a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras»; y
también «a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior
una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente
sirven para nuestro bien».
Siempre corremos el riesgo de que se enfríe en nosotros la caridad.
La Iglesia, nuestra madre y maestra, nos pide en este tiempo de Cuaresma
dar algún paso en nuestra conversión, a la luz de la Palabra de Dios, y
nos ofrece el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno. La oración
«hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas
con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente
el consuelo en Dios». El ejercicio de la limosna «nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que
tengo es sólo mío. Cuánto desearía, dice el Papa, que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico
estilo de vida». Y el ayuno «nos despierta, nos hace estar
más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer
a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre».
Os invito a vivir así el camino de la Cuaresma. Si en muchos corazones
a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, «en el corazón de Dios no se apaga nunca. Él siempre nos da
una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo». Vivamos
esa nueva oportunidad acompañando a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección,
y viviendo la caridad de manera especial con aquellos que tenemos
más cerca o en el ambiente concreto en que nos movamos. Yo deseo y pido
que al llegar a la Pascua, como también dice el Papa, «la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas
de nuestro corazón y de nuestro espíritu, para que todos podamos vivir
la misma experiencia de los discípulos de Emaús: que después de escuchar
la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan de la Eucaristía
nuestro corazón vuelva a arder de fe, esperanza y caridad».
+ Fidel Herráez
Arzobispo de Burgos
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