meta del camino cuaresmal:
compartir la resurrección de Jesús
El domingo pasado la
Iglesia invitaba a ver dónde estamos, este domingo a la meta a la que nos
dirigimos. La liturgia, al elegir el episodio de la transfiguración de Jesús
para este domingo, ha captado muy bien la intención de los evangelistas al
narrarlo. En Marcos es el final de una serie de enseñanzas de Jesús, que
comienzan con el anuncio de su muerte y resurrección; el anuncio es
incomprendido y rechazado por Pedro, pero Jesús insiste e invita a seguirle por
este camino, que humanamente parece absurdo, pero que es el que realiza
plenamente a la persona. Si alguno se burla de esta enseñanza, él se burlará de
él cuando venga como juez escatológico. Y para que quede claro que vendrá
glorioso, algunos de los discípulos tendrán pronto una experiencia de este
hecho. Efectivamente, seis días más tarde, algunos de ellos, en concreto Pedro,
Santiago y Juan tuvieron una visión en que contemplaron a Jesús en su gloria de
resucitado. Fue un espectáculo admirable que hizo exclamar a Pedro lo bien que
se estaba allí. Con esto solo ya Jesús enseñaba a sus discípulos que vale la
pena su camino de muerte porque lleva a la plenitud de la gloria. Pero hay. El
Padre confirma la enseñanza: Este es mi Hijo amado, escuchadle, escuchad en concreto esta enseñanza de muerte y resurrección.
Las otras dos lecturas
acompañan este mensaje. La primera presenta la prueba de Abraham como
sufrimiento que fue premiado por Dios concediéndole el don de ser padre de todo
el pueblo judío. La segunda, apoyándose en el relato de Abraham “a quien Dios
perdonó su hijo”, subraya el amor del Padre al permitir la muerte de su Hijo
por nosotros. El pueblo cristiano es el premio que el Padre ha dado a Jesús por
su muerte.
Es importante descubrir
las metas de nuestra fe. La persona humana se mueve por los grandes ideales,
por lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo alegre. Pues Dios es en sí mismo
Verdad, Amor, Alegría, Belleza y fuente de la misma y todo ello en su inefable
unidad, por lo que en él verdad, amor, belleza, alegría son inseparables. Nos
ha creado libremente y por amor para que participemos de la riqueza de su ser.
Esta es la vocación humana, que los hombres persiguen, muchas veces sin
saberlo. Acercarse a Dios es acercarse a la fuente de los grandes ideales.
El mismo Dios por Jesucristo nos enseña el camino que conduce a esta
meta, seguir a Jesús, que es la manifestación humana de los ideales divinos que
estamos llamados a compartir.
Ya durante su ministerio terreno, Jesús fue un
hombre admirable por su compromiso con la verdad, el amor, la belleza y la
alegría, pero es especialmente Cristo resucitado el que ha realizado en su
persona la plenitud estos ideales. Las palabras de Pedro invitan a admirarlo:
¡Qué bien, kalón, bueno, bello, auténtico,
es estar con Jesús! Él es la Verdad, la Bondad, el Amor, la Alegría, la Belleza
suprema. En Él todo ello es inseparable.
El cristiano está llamado
a participar su plenitud. Desgraciadamente con frecuencia se identifica lo
cristiano con lo triste y sus manifestaciones no siempre cuidan lo bello. El
cristiano opta por el camino de la cruz, no por un triste masoquismo, sino
porque es el verdadero, el que hace crecer en el amor y vivir la belleza y
alegría de la vida y es el que conduce a la plena realización. Verdad, amor,
belleza, alegría deben estar inseparablemente presentes en la vida del
cristiano. Caminaré en presencia del
Señor en el país de la vida.
Es necesario que descubramos este valor y lo demos a conocer a los
demás dando así razón de nuestra fe. El camino de la cruz vale la pena por la
meta a la que conduce. El lenguaje de la nueva evangelización debe encontrar
lenguajes que ayuden a descubrir esta riqueza.
Cada celebración de la
Eucaristía debe ser una inmersión en el amor, belleza y alegría de Dios que se
nos entrega por Jesucristo.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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