Parece que en nuestra época no está
bien visto hablar del demonio, lo hemos expulsado de nuestras vidas, pero no
porque hayamos decidido dejar de pecar y en consecuencia queda desterrado, sino
al contario, nos resulta molesto que nos provoque remordimientos y hacemos como
que no existe, lo ignoramos porque es muy desagradable que nos ande hurgando en
nuestras conciencias. Al haberlo eliminado, eliminamos en consecuencia el
pecado y por ello no necesitamos el confesonario, y por desgracia todo esto está
referido a algún tipo o corriente de cristianos. Se dice que como Dios es
sumamente misericordioso, ¿cómo va a permitir que nos condenemos, si llevamos
una vida más o menos de acuerdo con su doctrina?, salvo que cometamos una
aberración como matar o robar y pare usted de contar. Si unos padres perdonan
cualquier ofensa que les hagan sus hijos, ¿cómo Dios no lo va hacer? Incluso
algunos parecen decir que ellos tienen línea directa con Dios y, claro, se
confiesan con Él. Estas tentaciones no pueden ser obra nada más que del astuto Satanás.
Creo que nos pasa como dice en el
pasaje evangélico (Lc 11, 15-26) “Expulsa
los demonios con el poder de Belcebú, jefe de los demonios”. Nosotros lo
hemos expulsado por nuestro propio interés o tal vez quizá por nuestra propia
insensatez. Nos interesa que no nos dé mucho la lata, usamos la táctica del
avestruz: no lo tomamos en cuenta y no existe. Seguro que Jesús se enfadará con
este tipo de cristianos lo mismo que con aquellos que lo acusaron de expulsar
el demonio por arte del jefe de los propios demonios. Además nos dará una
argumento tan sencillo y lógico como les dio a ellos (cf 11, 18) “Todo reino dividido contra sí mismo va a la
ruina”. ¿Cómo se va a retirar sin plantar cara? Más bien, con suma
inteligencia, nos sigue la corriente, juega con nosotros como los inocentes
niños al escondite con sus padres, que se ponen su blanca mano ante los ojos y
ya piensan que no los ven. El demonio, con su astucia, nos da la razón y nos
sigue la corriente, no nos planta cara y hace como que abandona, si es que en
verdad nos enfrentamos a él. Su gran victoria es precisamente pasar
desapercibido y hacer como que no está en nuestras vidas, pero nada más alejado
de la realidad. Decía san Beda que sus armas (las del diablo) son la astucia,
el engaño y la torpeza espiritual; y santo Tomás afirma al respecto que primero
engaña y después de engañar intenta retener en el pecado cometido.
Tal vez el quid de la cuestión lo
encontremos en los últimos tres versículos del texto citado: Cuando un espíritu inmundo sale de un
hombre, recorre parajes áridos buscando descanso, y no lo encuentra. Entonces
dice: volveré a mi casa, de donde salí. Al volver, la encuentra barrida y
arreglada… O sea que además de astuto y taimado es sibarita, le gustan las
estancias limpias más que las pocilgas, muy tonto parece que no es. Por ello
creo que está en su propio terreno en este tipo de cristianos descritos
anteriormente, echa de menos sus almas (su casa) y nosotros inconscientes, con
nuestra manera de pensar y actuar, se la abrimos y le dejamos pasar. Con
nuestro proceder le barremos y le arreglamos la casa y él, lógicamente, no solo
toma posesión, sino que además invita a otros peores que él.
Así que estemos ojo avizor porque
con toda seguridad es más astuto que nosotros; nos engaña, haciéndonos ver que
vamos por un camino adecuado cuando en realidad vamos por el que él nos ha
diseñado.
Pedro José Martínez Caparrós
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