Así se expresa el Papa Francisco: «Una fe que no se hace solidaridad,
es una fe muerta. La fe sin solidaridad es una fe sin Cristo, una fe sin
Dios, una fe sin hermanos». En un mundo de consumidores compulsivos
como es el nuestro, este próximo viernes, o en otro día, los voluntarios
de “Manos Unidas” nos vuelven a invitar a ser solidarios
y hacer algo bastante extraño: “cenas del hambre”. Cenas donde no se
cena, o se come poco, para compartir así la vida de tantos y tantos que no
cenan nunca o casi nunca. Una cena de solidaridad con los hermanos de
los países pobres o en vías de desarrollo. Y después lo aportamos a la
colecta del próximo domingo y el Señor lo multiplicará. Con el lema
del 2018: “Comparte lo que importa“, y “planta cara al hambre”,
“Manos Unidas” tiene como objetivo reforzar el derecho a la alimentación
de las personas más pobres y vulnerables del planeta. Continúan enseñándonos
a “tender la mano” al que nos necesita, y a estar “unidos” Norte y Sur,
países desarrollados y en vías de desarrollo. Será una campaña para continuar
trabajando por poner en común experiencias, iniciativas y propuestas
que ayuden a vivir la solidaridad.
Las fuerzas de la injusticia nos quieren desmoralizar, para que
todo vaya siguiendo igual sin ningún cambio de solidaridad y de justicia
más radical. Nos olvidamos de las multitudes hambrientas de África,
de Asia, de la América empobrecida… Y hasta estos países nos son presentados
como imposibles de mejorar. Quizás nosotros mismos, en algún momento,
podríamos pensar que ya tenemos suficientes problemas en Cataluña
y en Andorra, para que todavía nos tengamos que preocupar de otros lugares.
Pero debemos afirmar, con convicción y con solidaridad concreta, que
los problemas de todos estos países pobres, por lejanos que parezcan,
son también “nuestros” problemas, ya que todos somos hijos de Dios y
“hermanos”. Por eso “Manos Unidas de la Diócesis de Urgell” colaboraremos
este 2018 con 2 proyectos solidarios educativos en Uganda y
en la India.
A menudo nos interpelamos sobre qué podemos hacer ante tanta miseria
que proviene de unos pecados de personas y grupos, y de un pecado estructural.
Juan Pablo II decía en 1999: “Es un hecho incontrovertible que la interdependencia
de los sistemas sociales, económicos y políticos crea en el mundo actual
múltiples estructuras de pecado” (Sollicitudo rei socialis,
36). Existe una tremenda fuerza de atracción del mal que lleva a considerar
como «normales» e «inevitables» muchas actitudes. Y las conciencias
quedan desorientadas y ni siquiera son capaces de discernirlo. A pesar
de ello, no nos podemos rendir ante un mal moral que parece inevitable.
Hay que ejercer la “virtud” de la solidaridad, que no es un sentimiento
vago de compasión o de enternecimiento superficial por los males de
tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación
firme y perseverante de comprometerse por el bien común y de luchar
contra las estructuras de pecado. La fe en la victoria de Cristo sobre
el mal nos da la certeza de que incluso las estructuras más consolidadas
por el mal pueden ser vencidas y sustituidas por “estructuras de bien”
(cf. Compendio Doctrina Social n. 193).
Promovamos,
por tanto, una “cultura de la solidaridad” y ayudemos los proyectos
de “Manos Unidas”. Eduquémonos para la solidaridad, con ayuno voluntario,
con contención de gastos y con generosa donación de parte de lo que
consideramos que es nuestro, porque, de hecho -como dicen los Santos
Padres de la Iglesia- ya no es del todo nuestro, pues por justicia es de
los que no tienen nada.
+ Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell
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