Seguramente será una impresión personal, pero
hablar de la Cuaresma de nuevo me sitúa en una posición un tanto extraña.
Por una parte, no quiero caer en una vacía repetición anual con los consiguientes
y obligados consejos a los lectores u oyentes. Por otra, deseo insistir
en la importancia que este tiempo tiene para un crecimiento armónico
de la vida cristiana.
Quizás la extrañeza me viene de una observación puramente estadística
y muy personal referida al comportamiento de muchos cristianos respecto
a las grandes palabras que utilizamos durante estos días:
oración, limosna y ayuno. Su práctica nos conduce a una realidad esencial
para nuestra propia vida como es la conversión. La banalización de su
contenido por parte de algunos sectores cristianos parece manifiesta.
Así mismo, se ha extendido el abandono de su ejercicio y el recurso a
preguntas retóricas, como excusa para su no cumplimiento.
Todo ello me obliga, como pastor de esta diócesis, a volver sobre
este tema y a animar a todos a no tener miedo, y sí mucho coraje, en rezar,
en ayunar y en compartir los bienes.
Muchas familias
han prescindido de hecho de estas singulares y permanentes normas
de la Iglesia, por considerarlas anticuadas o faltas de contenido.
Ha faltado constancia para recordar su importancia y para vivirlas
con gozo y con verdad. Otras han pretendido calificar dichas prácticas
de infantiles, buscando alternativas de aparente hondura evangélica.
Alguien todavía recuerda la facilidad con la que hace muchos años la
propia Iglesia dispensaba del cumplimiento de las normas cuaresmales.
Y otros muchos argumentos, oídos o dichos por nosotros mismos, que podríamos
resumir en estas preguntas: ¿de qué sirve mi ayuno?, ¿por qué dedicar
un tiempo a la oración y no dedicar el esfuerzo a la ayuda al prójimo?,
¿tiene sentido abstenerse de comer carne un determinado día de la
semana?, ¿se corrigen con mi limosna los desequilibrios estructurales
de nuestra sociedad?
La respuesta
a tal número de preguntas no es sencilla. Todos debemos aplicar nuestros
conocimientos a explicar el auténtico sentido de estas sencillas
normas, intentando que la autenticidad y la radicalidad de la vida
cristiana sean un compromiso de todos los que escuchamos las palabras
de Jesucristo, de manera que tales preguntas sean una ocasión para profundizar
en el servicio a los hermanos yno para acumular más dosis de egoísmo.
Preguntad, pero no huyáis de vuestras obligaciones morales. Cuestionad
comportamientos incoherentes, pero alertad en las propias exigencias.
No banalicéis las normas de la Iglesia, más bien procurad extraer consecuencias
ejemplares de la lectura del Evangelio o de la misma tradición eclesial.
Sin duda esto os ayudará a crecer espiritualmente, y encontraréis el
sentido de las cosas pequeñas que nos conducen a la radical conversión al Señor.
Termino aconsejando
la lectura del mensaje para la Cuaresma que ha escrito el papa Francisco.
Amplía los referentes antes aludidos y nos abre el horizonte a una
comprensión más cabal de las orientaciones evangélicas. Se ha basado
el Papa en una frase del evangelista Mateo: “Al crecer la maldad, se enfriará
el amor en la mayoría” (24,12). Nos invita a vivir con gozo y con verdad
este tiempo de gracia, nos alerta de los falsos profetas, que ponen su
interés en falsificar las actitudes básicas del cristiano, y nos
pide, para resolver nuestros males, el dulce remedio de la oración, la
limosna y el ayuno. Es una gran lección para todos nosotros. Acaba proponiendo
la iniciativa “24 horas para el Señor”, con la celebración del sacramento
de la Reconciliación, que tendrá lugar el viernes 9 y el sábado,
10 de marzo.
+ Salvador Giménez,
Obispo de Lleida
No hay comentarios:
Publicar un comentario