Permitidme que evoque nuevamente lo que significa en
los creyentes el amor vicario con la imagen elocuente de Paul Claudel: «Cuentan
que Violeta era una muchacha muy feliz porque había encontrado su verdadera
vocación.
–‘¡Qué dichosa me siento!’ exclamaba, ‘¡Dios me ha
regalado poderme consagrar a Él’.
Violeta era una mujer sencilla, que hacía gala a su
nombre. Sabéis que las violetas crecen en la oscuridad y que desprenden un olor
más intenso cuando son estrujadas. Se cuestionaba: «¿de qué sirve la vida si no
es para darla?»… y derramaba caridad.
Una tarde se encontró con Pierre de Craon, un famoso
constructor de catedrales, acaso el más famoso. A pesar de su fama, Pierre
sufría una desgracia que le marcaría toda su vida: tenía una enfermedad
incurable, la lepra.
Violeta sentía compasión por aquel ilustre leproso al
que todo el mundo requería para construir grandes edificios pero al que nadie
podía acercarse.
Violeta, movida por la caridad y la compasión, un día
se acercó a Pierre. Al despedirse, le besó en la frente. Pierre, pensando que
estaba ya en el cielo, sonrió. Y comenzó a vivir con una esperanza nueva. Poco
tiempo después, en primavera, Violeta descubrió que en su cuerpo había
aparecido una pequeña mancha: era la lepra y, paradójicamente, esa misma
mañana, Pierre se sorprendió al descubrir su cuerpo totalmente limpio. Aquel
beso de Violeta había tomado su lepra ¡QUÉ ADMIRABLE INTERCAMBIO!
Esta misma escena, se repite también en nuestro mundo
a través de tantos creyentes que están dispuestos a «tocar», «besar», «aliviar»
el corazón herido, roto, vacío, deshabitado… de tantos hombres y mujeres que se
sienten realmente «leprosos» en el mundo.
Agradezco al Señor que en nuestra Diócesis nos siga
regalando tantas personas sensibles e «implicadas» eclesialmente (voluntarios/as)
que logran visibilizar, a través de su frágil y humilde mediación, la ternura
de Dios. En cada uno de sus gestos solidarios, Dios mismo vuelve a ponerse en
el «pellejo» de los más pobres y desvalidos. Está dispuesto nuevamente a
«intercambiar su puesto» (a cargar con la cruz más pesada), a «indultar TODA
nuestra deuda» (desamor), a «formatear el disco duro» (corazón), a besar tus
llagas, a sanar tus heridas (tus estigmas), a cerrarlas y curarlas definitivamente.
Sólo te pide a cambio que te dejes abrazar por Él (sacramento del perdón) para
que puedas recuperar tu paz y tu alegría interior. También tu dignidad y
libertad.
Nuestros «leprosos» de hoy (enfermos, ancianos,
parados, marginados, empobrecidos, encarcelados, drogadictos, desahuciados sin
techo ni hogar, inmigrantes, vagabundos, excluidos, maltratados…) llevan
marcadas sus cicatrices (estigmas) en el alma y descubren nuestro amor vicario
como verdadera caricia de Dios.
Hoy igual que ayer los «leprosos» están
condenados a quedar desterrados en la periferia para evitar su contagio e
impureza legal. La ética que hoy imponen los nuevos dioses encumbrados en el
«Olimpo» del mundo es la exclusión en el orden constituido. En el sistema sólo
tienen cabida los que pueden ser útiles y rentables.
Invito a todos los que se sientan heridos, abatidos,
vacíos, desorientados, excluidos o marginados de la sociedad por su condición
social, cultural, económica, religiosa… a acercarse hasta el hogar de Dios, la
Iglesia, para que sean acogidos, escuchados, acompañados y sostenidos por
aquellos que tienen las mismas entrañas de misericordia que Aquel que nos creó
por amor.
Al igual que aconteció con Jesús, al tocar la miseria
humana no incurriremos en impureza moral ni legal sino que sanaremos de la
egolatría a nuestro mundo. Y serán los propios tullidos, los pobres, los
marginados y los excluidos quienes alabarán a Dios mostrando un modo
alternativo de vivir en comunión y fraternidad en la casa común que algunos se
quieren apropiar.
Gracias al soplo de los carismas del Espíritu hay en
el mundo millones de corazones entregados a la apasionante tarea de amar al
prójimo y millones de manos activas en la liberación de los pobres:
organizaciones humanitarias, misioneros y misioneras del Tercer Mundo, religiosos y religiosas que sirven a
enfermos y ancianos, cientos de miles de sacerdotes y laicos que optan por la
pobreza y hacen efectiva la buena noticia de la salvación de Dios a los pobres
de este mundo.
Con mi afecto y mi bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
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