Pasó haciendo el bien
Jesús proclama que ya
comienza la llegada del Reino de Dios y, como prueba de ello, cura a
endemoniados y enfermos. Ya nos ha dicho Marcos que Jesús es esencialmente el
pregonero de la llegada del Reino de Dios; en este contexto nos presenta ahora
lo que era un día de este pregonero: enseña con autoridad, libera a
endemoniados (domingo pasado), cura a enfermos y algo importante, que es el
secreto de su actividad, ora a Dios su padre.
Jesús no fue solo el pregonero del Reino, sino su
primer realizador, fue autobasileia,
personificación del Reino, en cuanto que es el primer hombre en cuyo
corazón Dios reinó plenamente con un reinado que culminaría en su resurrección.
Por eso lo que Jesús hace es signo
que muestra lo que obra Dios en el corazón de la persona en la que ya comienza
a reinar. Si Dios es amor misericordioso, lógicamente el corazón dominado por
él tiene que estar volcado en la misericordia con los demás. Ésta es la razón
de la obra de Jesús, que aparece a lo largo de todo su ministerio haciendo el
bien. No curó a todos, porque su tarea no fue destruir ahora la enfermedad y la
muerte, ya que estos hechos pertenecen a su parusía; ahora curó a unos pocos
como signo de la presencia del Reino, que implica un no al dolor y a la
enfermedad, legitimando de esta forma que era el Mesías instaurador del Reino,
ya que “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios...” (Mt
11,5). Más aún, quiso compartir por amor solidario la condición humana,
sometida a la enfermedad, el dolor y la muerte, dándoles así un sentido
redentor.
El libro de Job, del que
se ha tomado la primera lectura, ofrece una postura importante ante la
enfermedad: se niega que sea castigo de Dios por los pecados personales, por
otra parte, se afirma su carácter pedagógico pues ayuda a experimentar la
fragilidad humana (tema de la primera lectura) y finalmente confiesa su
ignorancia sobre la última razón de la enfermedad, que sólo Dios sabio y
poderoso conoce. Por eso a él se remite con confianza ante los frecuentes
porqués que plantea la enfermedad. En general el AT veía la enfermedad asociada
al mundo del mal y del pecado: “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a
los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son
saludables; no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la
tierra... Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su
propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo y los de
su partido pasarán por ella” (Sab 1,13-14; 2,23-24). En niveles populares esta
vinculación de la enfermedad al mal llega al extremo de considerar endemoniados
a ciertos enfermos que padecían enfermedades llamativas, como epilepsia y otras
de tipo mental.
Jesús no dio ninguna explicación sobre el dolor o la
enfermedad (sólo negó que la enfermedad fuera efecto del pecado [cf. Lc 13,1ss;
Jn 9,1ss] y por ello que la enfermedad fuera castigo de Dios y apartara de él)
sino que la combatió como perteneciente a un mundo destructor de la vida del
hombre y hostil a Dios. Por eso curaba a los considerados endemoniados y demás
enfermos (Una cosa es la existencia de Satanás, que no se cuestiona aquí, y
otra diferente las creencias de endemoniados en este contexto cultural). Para
el NT la enfermedad es un “emisario de Satanás”, cuyas consecuencias negativas
hay que combatir y se pueden superar con la gracia de Dios (2 Cor 12,7-9), y
que acabará definitivamente con la resurrección final (1 Cor 15,54-57; Apoc
21,4).
La enfermedad y el dolor son, por una parte,
consecuencias de nuestra naturaleza frágil, finita y perecedera, pero, a la luz
de la palabra de Dios, están relacionados con el pecado. La presencia actual
del Reino de Dios debe quitar a la enfermedad esta connotación negativa, pues
Jesús le ha dado un sentido pedagógico y redentor, ya que ayuda a experimentar
nuestra realidad de criaturas débiles, y, por otra parte, unidos al dolor de
Cristo tiene valor redentor. “El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la
tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede
transformarse en tiempo de gracia para entrar de nuevo en uno mismo y, como el
hijo pródigo de la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los
errores y fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y volver a recorrer
el camino hacia su Casa. Él, en su gran amor, siempre, y de cualquier modo,
vela sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve
a Él, el don de la plena reconciliación y de la alegría” (Mensaje de Benedicto
XVI para el Día del enfermo 2012).
La palabra de Dios nos
recuerda hoy que Jesús fue el hombre en que Dios reinó y por eso tenía íntima
relación con él (oraba) y se volcaba en hacer el bien (curaba). Ésta debe ser
también la vida del cristiano, que, como tal, debe unirse cada día más a Jesús,
imitando su intimidad con el Padre y su entrega a los demás. Todo lo que sea
aliviar o quitar dolor y enfermedad está relacionado con el Reino de Dios.
Médicos, enfermeros, cuidadores de enfermos, están prolongando la obra de Jesús
al servicio del Reino.
La celebración de la Eucaristía es importante en la
obra del Reino. En ella, unidos a Jesús, nos ofrecemos al Padre para que cada
vez vaya creciendo su reino en nosotros. Para ello el Padre ofrece su ayuda con
la que se pueden superar las dificultades. Esta unión al Padre por Jesús tiene
que manifestar su legitimidad en nuestra entrega a los enfermos y necesitados
de todo tipo.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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