Dice el Salmo 64: “Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces si medida…”.
Los
Salmos, la oración que rezaba Jesucristo, se cumplen en Él y en todos los que
queremos llegar, por su Gracia, a ser sus discípulos. Él, el gran Pedagogo,
enseña a su pueblo con los temas sencillos de la tierra en la época en que
estuvo en ella. Así nos habla de las labores del campo, los animales al cuidado
del hombre, como las ovejas y las cabras; nos habla de las vides del campo y
sus sarmientos, del agua y del pan…del Vino nuevo que ha venido a traer al
mundo…Y en el lenguaje de los Salmos, el salmista inspirado por Dios se
adelanta, sin saberlo, al tiempo de Jesús.
La tierra creada por Dios ha sido masacrada por el
Maligno. Y Dios envía a su Hijo para hacerse Hombre con los hombres, tomando de
nosotros, toda persona humana, con sus padecimientos y necesidades, pero sin
estar sujeto al Mal.
Y en la tierra anunciada en este Salmo, quiero ver
el mundo actual, con todas sus características y circunstancias que le rodean
en el día a día. Pero Él cuida esta tierra, que el Señor Yahvé se apropió como
heredad suya. Y la va enriqueciendo sin
medida. Y para ello, a través de su
Evangelio, de la Palabra de Vida, Jesucristo, la compara como la acequia por la
que circula el Agua Viva, acequia que va llena, colmada de Agua. Y para su
alimento, va poco a poco preparando el terreno de nuestra alma, de nuestra vida
pequeñita; va regando los surcos con que
la vida, con sus sufrimientos, va marcando en nuestro rostro. Va “igualando los terrones” que nos
aparecen cual piedra de escándalo que nos podría hacer tropezar, de tal manera,
que su llovizna, metáfora de su Palabra, los deja mullidos con una medida
rebosante, remecida, abundante, en palabras de la Escritura.
Y así, con la bendición de Dios, aparecen pequeños
brotes verdes de esperanza, de forma tal, que ya los carriles, los surcos de
nuestro rostro, rezuman abundancia. Y los valles, que en otro tiempo fueron
montes donde se aposentaban nuestras idolatrías, se han convertido en oasis,
que se visten de mieses que cantan la Gloria de Dios.
Entonces podremos ver hermoso el rostro de santa
Teresa de Calcuta, lleno de surcos que delatan el sufrimiento entregado por los
pobres en los que ella vio al Señor Jesús.
Es entonces cuando estas arrugas se llenan de vida
entregada por amor al que es Amor, cuando las ha regado la Acequia de Dios con
el agua limpia, pura, purísima de su santo Evangelio, Jesucristo.
“…La acequia de Dios va llena de agua. Tú riegas los surcos, iguales los
terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes, coronas el año
con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia…” (Sal 64)
Alabado sea
Jesucristo
Tomas
Cremades Moreno
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