Cuaresma, tiempo para renovar la opción fundamental
Cuaresma es tiempo de preparación para La Pascua, fiesta central del
cristiano, en que agradece el don de la resurrección de Jesús y de su
participación en ella por el bautismo, en el que comenzó un camino que
desembocará en la participación plena de la resurrección de Jesús. En él
realizó unas promesas bautismales que le comprometían a recorrer un camino de
seguimiento de Jesús. Cuaresma invita a plantearse las preguntas existenciales
básicas: de dónde vengo, dónde estoy, a dónde voy, pues no se trata de andar y
correr sino de andar y correr por el camino que lleva a la meta. En este
contexto las lecturas proponen tres temas importantes, la primera alianza, en
que Dios se revela como el Dios de la vida (primera lectura), cuyas sendas son
misericordia y lealtad (salmo responsorial); el bautismo, figurado en el arca
de Noé según la 1 Pedro (segunda lectura), y la tentación de Jesús en que
confirma su opción fundamental (Evangelio).
Jesús fue tentado como hombre
libre durante toda su existencia, pero la tradición evangélica subraya de una
manera especial la primera, al comienzo de su ministerio. Acaba de tener una
experiencia íntima con el Padre en que, después del bautismo, lo unge y envía
como Hijo amado a realizar una misión salvadora como el Ungido. Pero ¿cómo
restaurar el pueblo de Dios y dar cumplimiento a las promesas salvadoras, en
línea nacional-religiosa, haciendo de Israel un gran imperio religioso sobre
todo el mundo o en la línea pobre del Siervo de Yahvé, que se solidariza con el
pecado de los hombres y se ofrece como víctima por ellos? Lo hará como Siervo.
Los evangelistas Mateo y Lucas explicitan el contenido de la tentación
con unos diálogos entre el tentador y Jesús. Marcos, en cambio, no lo hace así,
sino que ofrece un texto breve, en el que muestra lo que implica que Jesús haya
vencido la tentación: ha optado correctamente y consiguientemente ya se puede
dar por hecho que ha conseguido su objetivo y ya se abren de nuevo las puertas del paraíso. Cuando en un cruce de
caminos uno toma el camino correcto, ya se puede decir que ha llegado a la
meta, aunque queden kilómetros por recorrer; cuando uno en un viaje toma el
tren adecuado, ya se puede decir que ha llegado al destino correcto.
El texto de Marcos es denso y sumamente simbólico: el Espíritu empujó a Jesús al desierto, es decir, lo primero que hace el
Espíritu Santo, recibido en la unción mesiánica, es “empujar” a Jesús al
desierto, lugar de reflexión y prueba para que concrete la forma de realizar su
misión. El dato muestra que para el Espíritu lo primero que tiene que hacer
Jesús, antes de comenzar el ministerio, es elegir correctamente el modo. Para
ello lo lleva casi violentamente (“empuja”) al desierto, lugar de reflexión y
prueba. Estuvo durante cuarenta días, dejándose
tentar por Satanás. El resultado fue positivo. Marcos lo sugiere con dos
motivos propios del paraíso en el que habitó Adán: vivía entre animales (en el paraíso Adán vivía en paz con los
animales; según los profetas en tiempos del Mesías se volverá a esta paz con el
mundo animal cf. Is 11,6-8; 65,25; Os 2,18; Sal 91,13) y los ángeles le servían (Adán fue expulsado del paraíso por los
ángeles, en cambio en tiempos del Mesías sirven a los hombres cf. Sal 91,11).
Con esto Marcos quiere subrayar la importancia que tiene la opción fundamental.
Sólo optando por el camino querido por el Padre Jesús realizará la salvación.
El recuerdo de este misterio de Jesús invita al cristiano a
agradecerlo e imitarlo, especialmente en tiempos de Cuaresma. La opción
fundamental es básica en la vida cristiana. No se trata de dar golpes con el
martillo en el aire, sino de dar golpes en el clavo. La vida cristiana no es
hablar y hablar, hacer y hacer, sino hablar y hacer por el camino querido por
el Padre, que es el que conduce a la meta. En este primer domingo de Cuaresma
se nos invita a “ir al desierto” para examinar dónde estamos y a dónde vamos,
qué buscamos y por qué actuamos. Si el punto de partida fue el don del bautismo
en que renunciamos a Satanás y nos comprometimos a una vida creyente, que cree en Dios Padre, en
Jesús el Siervo glorificado, en el Espíritu Señor y dador de vida, en la
Iglesia... ¿realmente caminamos por esta senda o estamos perdiendo el tiempo?
¿Realmente nuestra opción es amarás al Señor
tu Dios con todo el corazón... y al prójimo como a ti mismo?
No basta con revisar la opción, sino que también hay que revisar cómo
se vive, pues la polilla la puede carcomer debilitándola e incluso
inutilizándola. Nuestras “polillas” son esas raíces profundas que tenemos las
personas y que están resumidas en los llamados pecados capitales: soberbia,
envidia, avaricia, lujuria, ira, gula, pereza. Son tendencias negativas que si
no se tienen a raya inutilizan la opción. Por ello hay que vigilarlas.
La Eucaristía invita a agradecer al Dios de la vida, cuyos caminos son
misericordia, el don del bautismo y pedir luz para conocer el don que hemos
recibido y el lugar dónde estamos y a dónde caminamos.
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona
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