el reino de dios crea comunidad y reintegra a los
marginados
En su presentación inicial de Jesús (Mc 1,16-45), Marcos presenta la
curación del leproso como el mayor de los signos realizados por Jesús. Para
comprender su alcance y cómo los testigos lo percibieron como signo, es necesario conocer cómo se
percibía la lepra en aquella época.
Gracias a Dios, hoy día la lepra ha perdido la gravedad que tenía
antiguamente y se la considera una enfermedad curable y erradicable (20 €
bastan para un tratamiento), por lo que no debe provocar las reacciones que
antiguamente producía. En aquel tiempo se consideraba la lepra como una muerte en vida, ya que la idea que
tenían de vida –idea precientífica, pero fundada en la experiencia – era un
“ser con fuerza y sociabilidad”, es decir, vivir es
capacidad de moverse, esfuerzo, poder trabajar... y, por otra parte, vivir es
poder relacionarse y compartir con los demás. Una persona débil y aislada, sin
relación con nadie, está muerta. Ahora bien, el leproso era una persona que iba
perdiendo poco a poco ambas cosas, experimentaba la pérdida de fuerza y la
descomposición de su cuerpo y, por otro lado, era excluido de la convivencia
humana, obligado a vivir en las afueras de la ciudad para evitar contactos con
los demás, ya que éstos podían producir contagios y, más aún, hacían legalmente
impuro de acuerdo con la ley judía, igual que si se tocara un cadáver, pues se
le consideraba un cadáver ambulante. De esta forma la lepra excluye no solo de
la sociedad civil, sino también del pueblo de Dios. La primera lectura recuerda
las leyes de separación, normas que en el rabinismo posterior se fueron
endureciendo (recuerden las escenas de leprosos de la película Ben Hur).
En este contexto la tradición judía considera curar un leproso como
resucitar un muerto (Sanh 47ª). Por ello la curación solo puede realizarla
Dios, lo mismo que resucitar a un muerto cf. 2 Re 5,7: el rey de Israel recibe
una carta del rey de Siria pidiéndole que cure de la lepra a Naamán y rechaza
la petición, porque esto sólo puede hacerlo Dios. El sacerdote, como experto de
la Ley, donde se trata estos casos, era el competente para diagnosticar la
lepra y, en su caso, para diagnosticar la curación.
El relato de Marcos presenta un leproso, lleno de fe, pues cree que
Jesús puede realizar algo imposible, curar un leproso, que equivale a resucitar
un muerto. Se acerca a Jesús, cosa prohibida a un leproso, y le pide que, si
quiere, lo puede limpiar o purificar (no
dice “curar” sino “purificar”, es decir, curar la lepra y dejar de ser impuro y
excluido del pueblo de Dios). Siente su enfermedad como una exclusión del
pueblo de Dios. Jesús, sintiendo lástima, lo
tocó, acto prohibido con un leproso, y con este tocar y su palabra quedó purificado. Comenta san Juan Crisóstomo:
La pureza tocó la impureza y no quedó impura sino que transformó la impureza en
pureza. Después Jesús envía al curado al sacerdote competente para que
certifique la realidad de la curación.
La curación de un leproso es uno de los signos de la llegada del Reino
de Dios y de la autenticidad del mesianismo de Jesús cf. Mt 11,5/Lc 7,28. Como signo, presenta al Reino de Dios y a
Jesús, su heraldo, como el misericordioso que gratuitamente resucita a los
muertos, dando plenitud de vida, es decir, plenitud de vigor personal y plena
integración en el pueblo de Dios, eliminando todo tipo de marginación.
Para Jesús la marginación no tiene razón de ser y quiere que sus
discípulos luchen contra ella, especialmente las producidas por el pecado del
hombre, por la avaricia, egoísmo, orgullo... Las marginaciones existentes en la
actualidad son fruto del pecado que esclaviza la creación y la pone a su
servicio, al servicio de la “vanidad” (Rom 8,28). Se trata de una creación
unida en sus comienzos, en que todo fue creado por Cristo, en Cristo y en él (Col 1,16-17) para formar una gran
familia y un solo pueblo. El pecado del hombre ha roto esta unidad y por ello
Cristo, el modelo, de nuevo tiene que reconstituirlo, recapitulando todo en él (Col 1,19-20). Cristo ya ha puesto las
bases para esta gran recomposición de la unidad. Ahora falta la colaboración
del hombre, pues la creación está esperando de forma expectante la
manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Rom 8,19). En la medida en que una
persona sea redimida, luchará contra la división y marginación para crear una
gran comunidad, una gran familia.
Desgraciadamente
en nuestra sociedad y comunidad eclesial se dan marginaciones, cf. marginación
por raza, situación económica, forma de pensar, conducta moral... El cristiano
tiene obligación de ver las
situaciones actuales de marginación que nos rodean, analizar sus causas y trabajar
para que desaparezcan, pues son contrarios al plan creador de Dios y a su
Reino, que exige una comunidad sin excluidos. A veces las marginaciones son
fáciles de corregir, a veces son fruto de situaciones complejas que no se
pueden simplificar y necesitarán estudio y paciencia, pero lo importante es
reconocerlas y dar pasos hacia la solución.
La Eucaristía es sacramento de la unidad, su celebración debe ser
expresión de la integración eclesial de todos los miembros de la comunidad y
alimento para trabajar contra todo tipo de marginación.
Dr. Antonio
Rodríguez Carmona
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