Evangelizar quiere decir
hacer presente a Cristo en la vida de las personas al amparo maternal de la
primera cristiana: María, Virgen y madre nuestra. La Evangelización “es el gran
ministerio o servicio que la Iglesia presta al mundo y a los hombres, la Buena
Nueva de que el Reino de Dios, Reino de Justicia y de Paz, llega a los hombres
en Jesucristo”, recordaba el Beato Juan Pablo II. De ahí que la Iglesia, si
quiere ser en verdad la portadora del Mensaje del Hijo de Dios, tiene que anunciar,
vivir y testimoniar fiel y coherentemente el Evangelio. En la historia
evangelizadora de la Iglesia, la Virgen María es fiel testimonio evangélico,
discípula perfecta de su Hijo divino.
“Debemos recordar y agradecer el papel desempeñado en
la evangelización (…) por la Virgen María. Ella nos muestra a Jesús y nos lleva
a Él. Ella, la madre de Jesús ha sido verdaderamente la Estrella de la
evangelización, la que precede y acompaña a sus hijos en la peregrinación de la
fe y de la esperanza. No se puede anunciar a Jesucristo, Dios y hombre
verdadero, sin hablar de la Virgen María, su Madre (…). La Virgen nos ofrece a
su divino Hijo y nos invita a creer en él como Maestro de verdad y Pan de Vida.
Por eso las palabras de Caná constituyen también hoy el núcleo de la Nueva
Evangelización”. (Juan Pablo II, 29 sept. 1995)
Con
razón, pues, los Santos Padres estiman a María, no como un mero instrumento
pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y
obediencia. Porque ella, como dice San Ireneo, “obedeciendo fue causa de la
salvación propia y de la del género humano entero”.
Madre
del Sí
Pero la misión maternal de
María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye la mediación
de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico
de la Santísima Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley,
sino que nace del Divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de
Cristo, fomentando la unión inmediata de los creyentes con Cristo.
Mientras que la Iglesia en
la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha
ni arruga (cf. Ef 5,27), los fieles, en cambio, aún nos esforzamos en crecer en
la santidad venciendo el pecado; y por eso levantamos nuestros ojos hacia
María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos, como modelo de
virtudes.
La Virgen en su vida fue
ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos
los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los
hombres.
María, que por la gracia de
Dios, después de su Hijo, fue ensalzada por encima de todos los ángeles y los
hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que intervino en los
misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y,
en efecto, desde los tiempos más antiguos la Santísima Virgen es venerada con
el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y
necesidades acudimos con nuestras súplicas.
El arte sagrado nos deja
ver con los ojos los misterios de la fe, y no solo ver; esas imágenes nos
trasmiten la gracia. El sacerdote pone el cuerpo de Cristo sobre el altar con
la palabra, el pintor y el escultor con los colores y la imagen. Un filósofo
ruso se detuvo un día mirando a la gente que iba a rezar a una imagen en un
santuario. Eran mujeres, muchas madres, pero también hombres y niños “No, eso
no es un pedazo de madera”, se dijo el filósofo, la Virgen ha absorbido mucho
dolor, mucha oración y lo trasuda. Las imágenes sagradas nos ayudan a orar; es
su primer regalo. ¡Cuántas iglesias y capillas están dedicadas a Ella! ¡Con
cuántos títulos, tan queridos por la piedad popular, invocamos a María de
Nazaret, madre y primera discípula de Jesús.
¡mundo
renovado!
¿Quién os hará mal si
buscáis con entusiasmo el bien? “En tu palabra echaré las redes” (Luc 5,5,). Si
yo creo que Jesús es Hijo de Dios y María su Madre, no puedo ya tratar a
ninguna persona, sea cual sea, por muchas carencias o abundancias que tenga en
el terreno económico, afectivo, intelectual, físico, psíquico o moral, como si
no fuera un hijo de Dios.
Que así sea, Santa María,
Señora que nos guías. Virgen Madre del Mar toca el corazón de nuestros jóvenes
para que descubran a Cristo y se entreguen a Él. Hazles generosos, puros,
trabajadores, hombres y mujeres de fe. Danos una juventud nueva, para que sean
almas valientes que te sigan de cerca, en la vida familiar, en el estudio, en
el trabajo, con los amigos, en el sacerdocio, en las misiones, en la vida
contemplativa… ¡Mundo renovado!
Madre del SÍ, hazles
saborear la alegría de la entrega, la grandeza del amor generoso, y la
necesidad que tiene el mundo y la Iglesia de jóvenes santos.
Escribía San Beda
el Venerable: “La gloria es el gozo de la sociedad fraterna”
Miguel
Iborra Viciana
No hay comentarios:
Publicar un comentario