Jesús
nos habla hoy de un sembrador que esparce sus semillas por sus campos.
Unos
estaban descuidados, con piedras, zarzas, hierbajos...etc., de forma que todo
se secaba y echaba a perder. También menciona parcelas bien cuidadas que dieron
fruto en abundancia. Nuestra alma es una parcela de Dios, pero como dice San
Pablo, tenemos una fuerte inclinación al mal (Rm 7,15...), inclinación que
provoca que nuestra parcela se convierta en un erial, en el que acumulamos,
incongruencias, mediocridades, y rezos que, aunque uno se sepa el Evangelio de
memoria, no se hacen para estar a gusto con Dios sino sólo para
"cumplir", ¡como si esto le importase algo a Él!... en fin,
demasiados abrojos y estorbos que anulan la posibilidad de dar fruto.. .
Y si esta es nuestra situación nos
preguntamos: ¿Para qué intentar ser discípulos de Jesús... ¿Qué esperanza
tenemos de llegar a serlo?.. La buena noticia es que nuestra esperanza es que
como sucedió con Leví el publicano. (Lc 5,27-29) Jesús pasa a nuestro lado y
nos dice: ¡Sígueme! Y nosotros, perplejos ante esta deferencia del Hijo de
Dios, nos levantamos de la mesa, bazar de nuestros desperdicios, y le
seguimos... Y al dar este paso nuestra alegría es tal, que "montamos"
una Fiesta de nuestra casa.
P. Antonio Pavía-Misionero
Comboniano
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