Hoy
continuo reflexionando sobre el acompañamiento espiritual cuya finalidad es
ayudar a descubrir la voluntad de Dios en la propia vida y responder
debidamente, a recorrer el camino de maduración de la fe, para alcanzar la
perfección en el seguimiento de Cristo. Se trata de ayudar a encontrar y amar a
Dios en la vida misma, en los acontecimientos y en las personas. Para ello,
según el Papa Francisco, se necesitan personas con prudencia, con capacidad de
comprensión, que sepan esperar, que sean dóciles al Espíritu Santo (cf. EG 171).
Hoy trataré de estas características.
En primer
lugar la prudencia, la virtud que dispone para discernir en toda circunstancia
el verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo (cf. Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1806). Santo Tomás de Aquino considera
que la prudencia rige y gobierna todas las virtudes de la voluntad, que indica
la medida recta de las demás virtudes y es el origen o fuente de todas ellas.
Una persona que acompaña espiritualmente a otra debe ser prudente, es decir, ha
de ser equilibrada, moderada, discreta; ha de saber aconsejar discerniendo el
mejor momento para ayudar a la otra persona, para motivarla y ayudarla a sacar
lo mejor de sí misma, a crecer, confiando en Dios y en su gracia.
En
segundo lugar saber comprender al otro como algo esencial en el proceso de
acompañamiento. A esto ayuda la empatía, que es la capacidad de percibir,
compartir y comprender los pensamientos y las emociones de otras personas; es
saber ponerse en el lugar del otro sin perder objetividad y capacidad de
análisis. Esta capacidad genera una sensación de simpatía y comprensión.
Comprender al otro no significa tener que justificar sus ideas, sentimientos o
actuaciones. Llegarán los momentos en que será preciso corregir, para ayudarle
a crecer y madurar, pero para corregir con acierto son imprescindibles el
conocimiento y la comprensión.
También
es importante saber esperar. El ser humano va haciendo camino a lo largo de la
vida, está en un proceso continuo, y Dios va actuando en él. Quien acompaña el
proceso no debe caer ni en las prisas ni en las pausas ya que los ritmos pueden
ir variando según muchas circunstancias, y se requiere paciencia y
perseverancia. El que acompaña es un testigo del desarrollo y crecimiento de la
persona acompañada, y ha de saber discernir los modos y los tiempos en los que
el Espíritu Santo va actuando. Ha de tener mucha paciencia, ha de saber
esperar, porque sus tiempos son diferentes a los del otro, y siempre ha de
respetar su ritmo y su libertad. Es muy importante que tenga una mirada de
conjunto, un horizonte amplio, y mucha confianza en la Providencia.
El
acompañamiento espiritual, en definitiva, ayuda a vivir según el Espíritu, a
ser dóciles a sus impulsos. El Espíritu Santo habita en nosotros, como en un
templo, y actúa en nosotros. Es el maestro interior que nos guía hacia la
verdad, que nos enseña el misterio de Dios, de sus palabras y obras, de la
historia, de la vida y del mundo; nos da la luz y la capacidad para enseñar las
cosas de Dios; nos conduce interiormente para vivir como auténticos hijos
suyos; viene en ayuda de nuestra flaqueza para orar como conviene. El Espíritu
obra una nueva creación conformando progresivamente los pensamientos y
sentimientos con los de Jesucristo y da la luz para entender las palabras de
Jesús y la fuerza para ser sus testigos ante los hombres.
Dios
acompaña siempre a sus hijos. Tenemos que aprender a acompañar a los demás como
Dios nos acompaña a nosotros, como nos enseña Jesús, con amor y paciencia,
respetando nuestra libertad, sanándonos con su gracia, potenciando y
desarrollando lo mejor de cada uno, para que podamos llegar al ideal de
perfección que nos propone y que nos concede.
† Josep Ángel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
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