Cada primero de mes y año tras año
venimos asistiendo, en Madrid, a la Virgen
del Mar, que quiere residir por siempre con
nosotros, por ello la acogemos y la veneramos clamorosamente
La Virgen del Mar es la brisa del
espíritu de Dios, el reflejo de la Luz eterna que ilumina nuestras sombras, el
preludio de la gloria del Señor, la roca donde edificar nuestros proyectos, el
brillo de su bondad infinita, la suave y serena intimidad con Dios y celebrada
por los almerienses como un don y como un signo para la esperanza del mundo.
Mirándola a Ella se deja vislumbrar los signos de su historia, luz, consuelo y
llamada para todos aquellos que nos esforzamos para querer ser verdaderamente
más humanos.
Nuestra Patrona es un cielo abierto donde puedes saborear esa
sabiduría escondida, donde otros solo verán nubes de tormenta. La Virgen del
Mar es ese susurro suave y sutil que musita a nuestro espíritu la voluntad de
Dios.
“…la
estrella que es guía en la noche del navegante”, porque “el mar, son los
propios pensamientos, que a veces están en bonanza y en ocasiones se agitan
tempestuosamente poniendo a prueba la habilidad del piloto”. Tras haberlo
vivido así, nos aconseja: “No te agobien las cosas de la tierra”. Aún en las
más negras borrascas del mundo, si elevas los ojos a la Virgen..., algo verás”,
queriendo decir que mirando a la Virgen del Mar, nunca se queda uno a oscuras.
De hecho,
la Virgen María nunca estuvo ausente de su pensamiento y de su corazón; nada
emprendió sin contar con Ella; le acompañó todos los días de su vida. No hay en
sus anotaciones una sola página donde no aflore el nombre dulcísimo de María:
“La Virgen todo lo puede”, “todo está en sus manos”, “todo se hace con su ayuda
y la de Dios”. Y un día memorable, San
Rafael Arnaiz, consigna sus vivencias en estos términos:“¡Qué bien
conoce Dios el corazón del hombre, pequeño y asustadizo! ¡Qué bien conoce
nuestra miseria que nos pone ese puente... que es María! […] No sé si diré algo
que no esté bien, […] pero creo que no hay temor en amar demasiado a la Virgen.
Creo que todo lo que en la Señora pongamos, lo recibe Jesús ampliado... Yo creo
que, al amar a María, amamos a Dios y que a Él no se le quita nada, sino todo
lo contrario”. “¡¡¡Cómo no amar a Dios teniendo a María!!!”.
Dios ha
puesto a la Virgen “entre el cielo y la tierra” como intercesora, para que
alcance del mismo Dios, todo aquello que nos da: guía, aliento, amparo,
fortaleza, consuelo, compasión y dulzura”.
María es
el espejo del rostro materno de Dios, su imagen más perfecta en una criatura
humana, porque Ella es la única “llena de gracia”, es decir, llena del Espíritu
Santo. Por eso escribe: “Dios nos ofrece el corazón de María como si fuera el
suyo”.
Virgen
María, Tú presides nuestras horas y nuestra vida acompañas. Nos enseñas a
decir: “Hágase en mí tu palabra”.
En Ti
vemos a la Iglesia, de Ti prendemos a amarla. Cantas el “cántico nuevo”, y el
“Magníficat”. Proclama la grandeza del Señor y la humildad de su Esclava. Todos
los pueblos pregonan que eres bienaventurada.
Madre de
Dios, Madre nuestra, llena de amor y de gracia, Dolorosa en el Calvario y
jubilosa en la Pascua, ya en cuerpo y alma en el cielo y de estrellas coronada.
Cada
primero de mes y año tras año venimos asistiendo, en Madrid, a la llamada de la
Virgen del Mar, que quiere residir por siempre con nosotros, por ello la
acogemos y la veneramos clamorosamente.
Esta es
la experiencia que hizo María de
Nazaret y que el evangelista Lucas nos describe de forma magistral:
María guardaba y meditaba en su corazón la Palabra. ¡Qué cosa más humana la
memoria! Ella tenía memoria - guardaba las cosas en su corazón-.
Guardar y
meditar, que no significa un proceso mental, sino acogerla hasta hacerla tuya.
Pienso que Nuestra Señora está contenta, tuvo que aprender en el cielo primero
griego (para entender bien lo que decidieron los de Éfeso, que hablaban y
rezaban en griego) y luego, latín. Han sido tantos siglos oyendo como le decían
sus hijos mil y millones de veces: “Ora pro nobis” “Virgo gloriosa et
benedicta”. Incluso sonríe complacida por el acierto del adjetivo que le hemos
añadido a su nombre de Dulce nombre de María. Qué lo es. Inútil investigar
quién lo inventó, seguro que san José por la manera de llamarla “María”, tan
dulcemente.
Yo he ido
aprendiendo que hace falta hablar con la Virgen despacio, seria y
delicadamente, sin impacientarse. Es tan cercana, con tanta ternura, confianza,
una paz, un gusto que es difícil disfrutar tanto si no estamos a su lado.
Yo
quisiera hoy mostrar mi amor a la Virgen, a Almería y mi gratitud a vosotros
lectores de este libro conmemorativo, promulgando a la Virgen del Mar todas las
glorias que tienen hoy cabida en su figura. Yo quisiera que las letras de este
texto, alcanzasen o no finalmente vuestra benevolencia, fuesen sobre todo
testimonio de ese amor que aprendimos de nuestros padres. Dejadme ser, en la
torpeza de mi pluma, un portavoz ilusionado de las nuevas generaciones
cofrades, que quieren dejar escrito un nuevo capítulo en esa gloriosa historia
almeriense de amores a la Virgen, en su advocación del Mar.
Somos
responsables de preservar un legado de creencias en un marco de bellísimas
formas y tradiciones. Pero nuestra fe viva tendrá que alumbrar un entorno de
tibieza religiosa, y, en ocasiones, de materialismo ciego. Hoy estamos
llamados, más que nunca, a dar autenticidad a nuestro culto, a profundizar
nuestra vida espiritual y nuestro compromiso social, haciendo de nuestras
hermandades un cauce específico para vivir como verdaderos cristianos.
Consciente
de ello solo quiero invitaros a recrear esas vivencias, reviviendo cada momento
emotivo, cada ilusión renovada, en ese tiempo que la sabiduría de nuestro
pueblo almeriense quiso y quiere dedicar a su excelsa Patrona: La Virgen del Mar.
Despuntan esas alabanzas en el corazón mismo de la ciudad. Atardecer de agosto,
apenas transcurran unas jornadas habremos de bajar por el recorrido de
costumbre para encontrarnos con la serenidad de otra imagen, gentes ansiosas de
acompañarle en procesión. También encontraremos viva nuestra herencia futura de
los jóvenes con la devoción mariana y que terminará germinando por toda la
ciudad.
También,
en nuestra hermandad nos hacemos eco de todas estas vivencias, el primer
domingo de junio, día de nuestra celebración en Madrid. La devoción escondida
de tantos jóvenes quedará grabada por siempre en nuestra memoria colectiva,
como la emoción desbordada y el gozo íntimo de los más puros sentimientos del
pueblo a esta llamada, que os propongo, y, una vez que la encontréis, daréis
gracias por haber atravesado el mar del mundo sin zozobrar en sus remolinos. Y
seguimos a la espera de esa juventud, que traerá agua desbordada de amores,
rezumando entusiasmo y esplendor cuando la tarde agosteña nos traiga a la calle
la presencia de María, que sale a prender la llama del amor en esos corazones
jóvenes.
Hay un
nombre de María que repiten a porfía hasta las olas del mar. Su estela llegó a
nuestra costa y Almería y los almerienses han querido embarcarse con ella, con
su Virgen del Mar, en la tierra de sus amores.
El que
escribe tiene la dicha de haber recibido su luz en el camino de la vida. Su
amparo es, para mí, recuerdo entrañable de mi niñez y juventud, como
seminarista; el más elemental deber de gratitud me obliga a hablar de mi etapa
en el seminario -feliz memoria– pues fue sin duda el que marcó más hondamente
mi vida y mi amor a la Virgen María, el que iba a llevarme de la mano hacia una
paz interior, como debo confesar que después no he conocido otra semejante y que
hoy mantengo junto al testimonio de pertenecer a la hermandad de la Virgen del
Mar en Madrid. Gozos de agosto y junio, de fidelidad y fiesta entrañable
mariana. Cofrades de Almería, de Sevilla, de Barcelona y Madrid, los actuales y
los jóvenes que vendrán ¡conservad por siempre la hermandad que mejor refleja
vuestro sentimiento! Que no se pierda entre las nuevas generaciones aquel
espíritu de hermandad que hizo enriquecer a nuestros antepasados, sabiéndose
precursores de la misma.
Miguel
Iborra Viciana
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