No me
extraña que en estos tiempos broncos, haya tanta gente que mire hacia nuestra
tierra como un lugar seguro de descanso estival. Vengo y vengo a ese
calificativo que me sale fácil y sincero: lo hermoso que es el paisaje
variopinto de Asturias: ciudades grandes y señoriales, villas con su encanto y
nobleza, valles y cuencas con su hondura y desafíos, pueblos de alta montaña
revestidos de humilde señorío, y los lugares bañados por las aguas bravas de
nuestro mar Cantábrico. No en vano se dice Asturias, en plural, porque son
muchas las que caben en una historia noble, larga, de naturaleza sorprendente y
de mucha gente buena y lozana.
Alguna
vez he comparado nuestras orillas marineras con una habanera, porque algo
tienen de ese cantar. Dulce y romántico, triste sin ser trágico, viene a poner
música a la letra de la vida. Este canto nos habla del adiós de quien hubo de
partir surcando mares y traer bonanza en economías maltrechas. Pero también nos
habla de la nostalgia de quienes llegando allá no podían ni querían olvidar la
“tierrina” y la gente muy querida que se quedó junto al hogar, ese fuego
hogareño en torno al cual se contaban historias inocentes o picaronas,
misteriosas o divertidas. ¡Cuántas estrofas tienen los versos de la vida! Una
vida que nace y crece, que se hace fuerte y atrevida, que se enamora bordando
con el hilo de la fidelidad la trama cotidiana. Una vida que enferma, que duda,
que tropieza y cae, que comete incoherencias y traspiés, malicias y que echa
borrones, pero sin dejar nunca de soñar para lo que fue creada. La vida es como
una habanera, que mece con música y letra lo que nos llena de esperanza
resultona y lo que nos arruga con miedos inconfesables. Pero la habanera no es
canto triste, nostálgico tal vez, capaz de abrirnos a lo positivo de la vida, a
todo eso de lo que está hecho el corazón humano y a lo que no sabemos renunciar
ni tampoco puede perecer.
En esta
orilla, con esta tonada de melodía estival, nos llega esta querida advocación a
la Virgen del Carmen, “Virgen de Julio”, como la “Virgen de Agosto” es la
Asunción de nuestra Señora. Este año, tanto una como otra festividad tendrán
que hacerse con cautela convenida y observando las medidas de seguridad. Los
marineros lo saben bien, y en tanto faenar estéril o fecundo, en medio del
oleaje bravío o con aguas en calma, la barca de sus vidas ha surcado mil mares
cada día. La vida se presta a ser comprendida como una larga travesía que va
desde la orilla de la nada cuando aún no existíamos, a la orilla de la
eternidad cuando existiremos para siempre junto a Dios.
No
siempre el mar nos ofrece su serena bonanza, sino que a veces se encrespan sus
olas hasta poner en jaque casi mate nuestra fe y nuestra confianza por los
avatares de los diversos temporales que pueden acecharnos. No siempre el mar
nos deja ver el horizonte al que nos dirigimos, y podemos perder el rumbo y la
brújula sumiéndonos en una tremenda confusión. Por eso también nosotros
invocamos a María en su advocación del Carmen, para que haga la travesía con
nosotros, para que lleve el timón y ayude a otear la tierra nueva, como vivos
navegantes hacia la playa en la que Jesús nos espera con las brasas encendidas,
los peces listos para comer y su corazón dispuesto para el perdón… porque sólo
Él –incluso más que nosotros mismos– sólo Él sabe que a pesar de todo le
amamos. Carmen significa canto. Esta es la canción que hoy entonamos como feliz
tarareo de un viaje feliz con esta nuestra Virgen de julio que con nosotros
rema en el mar de la vida teniendo desplegadas las velas de nuestra libertad al
soplo del Espíritu de Dios. ¡Feliz travesía con María en este tiempo de
pandemia!
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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