jueves, 30 de julio de 2020

Réquiem por una pandemia


Se van sumando gestos varios que desde la nobleza humana y desde la esperanza creyente vamos entonando nuestro particular recuerdo por los que en estos meses de pandemia el virus dañino se ha llevado por delante. Los cristianos hemos querido tener un gesto de celebrar el mismo día y a la misma hora en todas las Catedrales de España, una Misa en sufragio por cuantos han fallecido en todo este tiempo. En Asturias, he pedido a todos los sacerdotes que hagan lo propio en sus parroquias, incluso leyendo unas palabras mías que yo leeré en la homilía de la Catedral. Será este domingo 26 julio, a las 12h.

No pocas personas que directa e indirectamente han sufrido la pandemia que nos tiene asolados, han querido ver en el coronavirus una especie de maldición punitiva, como si de un castigo imprevisto se tratase tras el enojo de no sé qué dioses. Ante esta deriva de fetiche, sólo queda arrebujarse tras los muros de la casa, guardando una distancia que nos haga extraños sospechosos y enmascarándonos como si fuésemos maleantes. El hombre creyente, ante algo que supera nuestras expectativas y recursos, ante lo que nos deja perplejos y heridos, no reacciona esperando simplemente a ver si escampa para volver a lo de antes, a lo de siempre, como si no hubiera sucedido nada reseñable.

Al nacer somos esperados por quienes más nos quieren. Se asoman a ese trocito de vida vulnerable que comienza su vida llorando, para que podamos sentir el calor que hemos perdido al salir del cálido seno de nuestra madre y la protección que ella nos brindaba dejándonos crecer en sus adentros maternos.

Ellos nos han visto crecer día tras día, levantándonos cuando caíamos, colmando nuestras ignorancias con su sabiduría, transmitiéndonos sus valores que guiarán nuestros pasos en la jungla de la vida, mostrándonos su afecto lleno de sentimiento veraz, su fe que nos permite ver los horizontes eternos en las coyunturas limitadas de nuestro camino. En ese hogar fuimos recibidos y con la gente que más queremos y nos quiere somos al final también despedidos. Hoy tenemos un recuerdo especial por las personas que durante este tiempo de pandemia han fallecido: por todos ellos. Nosotros hoy estamos para otra cosa, y en la casa de Dios no cabe otro homenaje que no sea ante la muerte de un ser querido el que siempre hacemos los cristianos: rezar a Dios pidiendo la salvación, poner unas flores que exprese la humilde gratitud por tanto recibido de ellos durante la vida, y avivar el recuerdo de sus palabras y ejemplos que han sembrado en nosotros la sabiduría.

Los cristianos no creemos en la vida larga como creen firmemente los que no tienen fe, afanándose en apurar sus años que terminan irremediablemente caducando dando paso al vacío de la nada que termina en el olvido progresivo. Los cristianos no creemos en la vida longeva, sino en la vida eterna. Amamos la vida y la deseamos larga y serena, pero nos sabemos llamados a una eternidad que no acaba, junto a Dios y a cuantos aquí en la tierra Él nos puso cerca. Esta es la Buena Noticia que Jesús nos vino a traer venciendo su muerte y la nuestra. Esta es la deriva final que deseamos para quienes han sufrido en esta pandemia la muerte sobrevenida en esta circunstancia. Los recordamos con toda la gratitud y en nuestro corazón quedan sus gestos y palabras. Los encomendamos en nuestras plegarias pidiendo para ellos lo que a ellos en Dios les aguarda. Y ponemos en su memoria las flores que no se marchitan cuando las riegan nuestro afecto y la esperanza cristiana.

Llega ahora el trabajo de seguir construyendo cada día nuestra historia inacabada, poniendo lo mejor de nosotros mismos, siendo responsables en lo personal y en lo comunitario, para favorecer que se pueda superar cuanto antes esta difícil prueba. Que Dios os guarde y que la Santina siempre os bendiga.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo


No hay comentarios:

Publicar un comentario