Es mi deseo y mi intención, que tengan el gusto de lo
imperecedero, el aroma de
la vida eterna con madera de cruz y trigo candeal,
un color transparente
como la brisa,
un brillo de sol
Puedo así
caminar por cualquier horizonte y recorrer los confines del mundo sin que me
sienta huérfano. Adonde vaya estarás a mi espera. Como la sombra que proyecta
mi cuerpo, y llega a cada cosa primero que mis pasos.
Virgen del Mar, trazo solamente, Madre, para dejar que mi corazón
cante en su propio lenguaje. Bajo tu protección me acojo, Santa Madre de Dios.
¡Oh Virgen gloriosa y bendita!
La
providencia ha dispuesto que sea yo quien este Año de gracia, de nuestro
sesenta aniversario, me dirija a Ti con filial respeto, con tacto, suavidad,
amor y mirándote con infinita ternura. Quiero hacerlo, pero no sé si encontraré
las palabras adecuadas para ensalzar debidamente tu gloria, pues han sido
tantas veces las que me he estremecido de alegría, de esperanza, de plenitud y
has gastado tanta ternura en acercarme hasta Ti que ya no sabría vivir sin Ti
como referencia.
Te ruego
derrames TÚ Gracia para exponer con precisión mis deseos.
Necesito
estrenar palabras recién acuñadas, con copos de nieve, rayos de sol y perfume
de nardos. Necesitaría hacerme niño, porque Tú, Madre, eres la que sabe la
verdad de las cosas.
Necesito
un largo, profundo y sereno silencio donde se oyeran tus pisadas en las
“arenicas” de Torregarcía, para que en ese silencio caiga una campanada, como
una estrella, como el sol que todo lo llena, la única palabra nueva: Madre, o
esta otra que es igual, Virgen María.
Desearía
que mis humildes letras, sencillas y límpidas, las pudierais degustar con el
paladar del alma, como diría san Agustín.
Este es
mi deseo y mi intención, que tengan el gusto de lo imperecedero, el aroma de la
vida eterna con madera de cruz y trigo candeal, un color transparente como la
brisa, un brillo de sol que alumbre una fragancia de ternura infinita y un
perfume de misericordia que se expande por todo el ser.
El nombre
de María es el otro nombre reconfortante de la oración sencilla, Miryam, Señora
del Mar, un nombre realmente sonoro, y además polifónico, porque al
pronunciarlo se oye el eco celestial sobre las olas. Con la Virgen del Mar se
descubren nuevos mares cuanto más se navega. Era una ola tibia de ternura, de
misteriosa confianza, rumor blando, limpio y cariñoso, acariciado por la espuma
con sus aguas frescas. Escucha el eco que repite su nombre, como la caracola, el
ruido de los mares.
Cuán
alegre se anunciaba la aurora. Su presencia era silencio, llenando el vacío, y
la pleamar creciente, invadiendo aquella playa secreta aún adormecida en las
arenas donde el sol preconizaba izarse. Al fondo, el límite donde termina el
mar y da comienzo el cielo, donde apuntan las blancas gaviotas el indiviso
plano de una ruta infinita.
A pesar
del oleaje Ella se acercaba lenta y oculta entre las aguas. Se iba arrimando
pausadamente hasta la orilla, como pidiendo permiso para arribar a la playa de
Torregarcía, pero de una manera abierta y transparente, mirando el torreón y
golpeando suavemente y con prudencia, como si fuese el corazón de los
almerienses.
Llegó con
el rostro humedecido al mar interior de los almerienses y el repicar lejano de
las campanas suena a gloria, corazón de fiesta que va soltando las amarras y
zarpa buscando albergue y derramando ternura sobre el niño que duerme. Y desde
entonces nosotros ya nunca más fuimos ajenos a las cosas eternas y nuestra fe
siempre -o casi siempre- miró a la eternidad que nos inunda, alba de un sol
naciente.
Por fin
descubrimos el amor a María, el que se escribe con letras mayúsculas, y
empezaron a salir de nuestra boca alabanzas y bendiciones, que colman las
insatisfacciones de nuestra cansada vida y nos da a gustar el sabor ansiado de
su amor maternal.
Ahora ya
somos conocedores de lo que nos acerca y separa a nuestra Madre, la Santísima
Virgen. Nos va mucho en decidir amar lo que tenemos entre manos, amar nuestro
trabajo, nuestra familia, nuestra hermandad, querer lo que nos pasa, aunque no
sea exactamente lo que nos hubiera gustado. Quien ama puede ser feliz en
cualquier situación porque lo que da paz y alegría al alma no son las
circunstancias, sino un corazón amante. María lo supo bien, Ella nos enseña a
vivir ese olvido de Sí, en los momentos de gozo y de dolor, de luz y de gloria.
Miguel Iborra Viciana
Miguel Iborra Viciana
¡Bendita seas Tú, Virgen María, Virgen de miles de nombres, Madre de Dios y de todos nosotros, pobres pecadores!.
ResponderEliminarNo nos abandones nunca y a pesar de nuestros fallos y olvidos, rogamos que en la hora de nuestra muerte, estés a nuestro lado, junto a todos los que esperamos y creemos en tu Divino Hijo y podamos juntarnos, por los siglos de los siglos, con toda la "buena gente" que nos han precedido y están ahora con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así Sea.