martes, 7 de julio de 2020

La Virgen del Mar en la Historia de Nuestra Salvación (V)


Sube  aún  más  arriba, sobre los coros de los Ángeles, y hallarás  otra  gloria  singular,  la  cual  maravillosamente alegra toda  aquella  corte  soberana  y  embriaga  con  maravilloso dulzor  la  ciudad  de  Dios

La devoción es un estímulo, es una habilidad y un don celestial que inclina nuestra voluntad a querer con gran ánimo y deseo todo aquello que pertenece al servicio de Dios, escribía santo Tomás, es una de las cosas que las personas tenemos mayor necesidad, porque la devoción no es otra cosa sino un refresco del cielo, un soplo y aliento del Espíritu Santo.
Esto es lo que experimentamos cada día nosotros, fieles devotos de la Santísima Virgen del Mar, con nuestra señalada devoción y sentimos aquellas palabras del Profeta Isaías que dicen “Los que esperan en el Señor, mudarán la fortaleza, tomarán alas como el águila, correrán y no se cansarán, andarán y no desfallecerán”. Tiene también otra cosa la devoción: ser como una fuente y manantial de buenos deseos que riegan nuestro corazón. Y como ayuda es especialmente indicada la oración, cuando es atenta y devota y va acompañada de espíritu y fervor, como lo dice san Lorenzo Justiniano con estas palabras: “En el ejercicio de la oración se alimpia el alma de los pecados, apaciéntese la caridad, alumbrase la fe, fortalécese la esperanza, alégrese el espíritu, derrítanse las entrañas, pacifíquese el corazón, descúbrese la verdad, véncese la tentación, huye la tristeza, remuévanse los sentidos, repárase la virtud enflaquecida, despídase la tibieza, consúmense los vicios, y en ella saltan centellas vivas de deseos del cielo, entre las cuales arde la llama del divino amor”.
¡Qué maravilla el ejercicio de la devota oración que hace mudar las costumbres del hombre viejo y vestirse del nuevo y alcanzar las virtudes propias de un cristiano en sus tres partes principales: la utilidad, la necesidad y la perseverancia! María es modelo de la Iglesia en la acción de gracias más completa y perfecta y Maestra de intercesión, toda su vida es un Magníficat ininterrumpido, una intercesión constante a favor de sus hijos, así debe ser también la del cristiano.
La Virgen del Mar, la de todos los días, ya tan familiar que ha recibido miles y miles de confidencias generosas, implorantes o doloridas, anhelantes, ofrendas de favores concedidos y el correspondiente regalo de plegarias, hábito incesante de la oración, que es la respiración del alma, gozo placentero, regocijo con toda clase de amables luces.
En mi primer saludo invocaba a María como MADRE DE DIOS. Ya la semilla de Dios crecía en su blando seno. Y un apóstol no es apóstol si no es también mensajero. María se puso en camino y fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño empezó a dar saltos en su seno. Entonces Isabel, llena de Espíritu Santo exclamó a grandes voces “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”, y nosotros seguimos diciendo “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”.
De Ella aprendemos el ‘idioma materno’, esa forma de hablar y de expresarnos que nos es connatural, y que se aprende de los labios, los gestos, las expresiones, los tonos y cadencias de voz de la madre física. En el misterio de la vida en Dios, el idioma de la piedad se aprende por María.
La teología cristiana, renovada profundamente por la “primavera” del Concilio Vaticano II, en donde la mujer María está representada con un papel significativo atestiguada por las palabras “Me llamarán dichosa todas las generaciones”. A María, parte en la que está presente el todo, mujer verdadera y concreta, icono del misterio de gratuidad luminosa, imagen perfecta, Madre de Dios, don de la vida, amor sin condiciones ni reservas y la imagen de la inmensidad terrenal.
En este compendio tan denso, permitidme un recuerdo en testimonio de todo lo que he recibido de la mujer en mi ser humano y cristiano a mi madre, Carmen, que corresponde desde el cielo al cariño del recuerdo y a la gratitud del corazón en el dialogo de la oración, y en ella a todas las mujeres, gracias a ellas seguirá viviendo todavía el mundo, para que expresen en la plenitud del amor su capacidad de acogida fecunda, de gratuidad radiante, de reciprocidad y de anticipación del futuro que viene. Agradecimiento infinitamente debido en todo lugar y en todo tiempo de la historia a todas las que encuentran en María su imagen más transparente: la mujer.
Qué puedo escribir de Ti, Virgen María, no lo sé. Los caracteres se quedan cortos. Basta suspirar un momento, cerrar los ojos, reposar el corazón entre tus manos, para saber que estoy a salvo, que tu cariño envuelve mi alma con ternura, como acogiste al Verbo eterno en tus entrañas. Bastó un momento para que el tiempo se parara, para que la eternidad tomara forma, para que la historia fuera cierta. Todo cobró sentido cuando tu mirada, temblorosa, posó sus pupilas en la luz del Espíritu, y quedaste embriagada de amor. El sí de una joven hizo que el Cielo se llenara de esperanza, que todo un Dios inclinara su cabeza, agradecido ante la generosidad de su criatura. Cómo no se van a llenar los ojos de lágrimas al contemplar un hecho tan suave y ardoroso, cuando tu corazón se abrió, mostrando toda su pureza. Cómo no sobrecogerse cuando miras, cuando hasta el Creador llora de amor al unirse Contigo. Cómo no arrodillarse, al saber que eres Tú mi Madre, mi amiga… Esa sonrisa discreta, esa palabra callada, esa caricia dulce, esa mirada tierna… ¡Oh María! Qué momento tan sublime. Llena de gracia… Llena de vida… Llena de esperanza. Sube aún más arriba, sobre los coros de los Ángeles, y hallarás otra gloria singular, la cual maravillosamente alegra toda aquella corte soberana y embriaga con maravilloso dulzor la ciudad de Dios.
Alza los ojos y mira aquella Reina de misericordia, llena de claridad y hermosura, de cuya gloria se maravillan los Ángeles, de cuya grandeza se glorían los hombres. Esta es la Reina del cielo, coronada de estrellas, vestida de sol, calzada de la luna y bendita sobre todas las mujeres.
Mira, pues, qué gozo será ver a esta Señora y Madre nuestra, no ya de rodillas ante el pesebre, no ya con los sobresaltos y temores de lo que aquel santo Simeón le había profetizado, no ya llorando y buscando por todas partes al Niño perdido, sino con inestimable paz y seguridad asentada a la diestra del Hijo, sin temor de perder jamás aquel tesoro.
Ya no será menester buscar el silencio de la noche secreta para escapar el Niño de las celadas de Herodes huyendo a Egipto.
Ya no se verá más al pie de la cruz, recibiendo sobre su cabeza las gotas de sangre que de lo alto caían y llevando en su manto perpetúa memoria de aquel dolor. Ya no padecerá más el agravio de aquel triste cambio, cuando le dieron al discípulo por el Maestro y al criado por el Señor. Ya no oirán más aquellas dolorosas palabras que debajo de aquel árbol sangriento, con muchas lágrimas decía: ¡Quién me diese que yo muriese por ti, Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón!
Queridos paisanos, amigos, hermanos en la Santísima Virgen del Mar, ya todo esto se acabó, y la que en este mundo se vio más afligida que toda pura criatura, se verá ensalzada sobre toda criatura, gozando para siempre en la tierra de sus amores. Almería, porque en Ella están todos los bienes, toda la hermosura y todas las perfecciones. Es como un árbol del que pende toda clase de fruta, como una flor que tiene todas las gracias, como un manjar que tiene todos los sabores y como un piélago para donde corren todas las aguas.
Silencio. Hagamos silencio, exterior e interior, porque contemplaremos a la Madre de Dios…
Miguel Iborra Viciana


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